-¿Quién es mi Omega? -gruñó Harry, su voz grave, ronca, con un filo de amenaza en cada palabra.
Draco no respondió de inmediato, su orgullo luchando contra su cuerpo.
Entonces un dedo lo rozó justo ahí, provocándole un espasmo que lo dejó sin aire...
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MEMORIAS.
Harry siempre había odiado a Draco Malfoy.
Desde el primer día que lo vio con esa expresión arrogante y ese mechón rubio perfectamente colocado sobre su frente, supo que lo detestaba.
Pero lo que realmente lo sacaba de quicio, lo que le erizaba la piel y le hacía apretar los dientes... eran su malditas Feromonas. (O un perfume)
Era asqueroso.
Demasiado fuerte.
Una fragancia artificial, mezcla de cuero y almizcle.
Tan empalagosa que a veces, en clase de pociones, Harry tenía que contenerse para no gruñirle como un animal salvaje.
Nadie entendía por qué.
"Son alfas dominantes, es normal que se enfrenten", decía Ron.
"Están destinados a matarse un día de estos", murmuraba Hermione.
Pero no. Harry lo sentía diferente. No era solo rivalidad. Era físico. Instintivo. Biológico.
Cada vez que Malfoy pasaba cerca, ese olor, lo golpeaba.
Y era tan ajeno, tan ofensivo, que su cuerpo reaccionaba como si algo estuviera mal.
Sus colmillos se alargaban en silencio, su nuca se tensaba y sus puños se cerraban con rabia.
Lo peor era que no entendía por qué. Hasta que años más tarde, supo la verdad.
Draco Malfoy era un Omega.
Uno que usaba colinia de camuflaje alfa, un líquido especial para ocultar su aroma natural y fingir una dominancia que no le pertenecía.
Lo más inquietante era que no usaba cualquier olor, no.
Usaba la esencia marcada de otro alfa.
Una marca de olor sintética, potente y dominante.
No una pareja, no una unión, sino una sumisión forzada.
Eso lo enfurecía más que nada.
Harry no sabía si era por instinto o por repulsión, pero su cuerpo rechazaba ese aroma falso con todo. Quería desgarrarlo, borrarlo, arrancárselo con los dientes y hundir su marca propia en su lugar.
-Por qué hueles así, Malfoy-una vez le gritó en cuarto año, luego de que Malfoy pasara demasiado cerca en la biblioteca. Harry lo empujó contra una estantería, los ojos encendidos y el aliento temblando.
-¿Celoso, Potter?-bufó Draco, con esa sonrisa provocadora-¿Acaso te molesta no ser el único alfa por aquí?-
La respuesta de Harry fue un gruñido bajo, oscuro, animal.
Estaba a punto de morderlo.
A punto.
Porque en la naturaleza de los alfas dominantes, cuando dos machos se enfrentan por territorio, por poder... o por deseo no admitido, la respuesta más primitiva es una: marcar.
Someter.
Y un Alfa que muerde a otro, no por amor ni por vínculo, sino por rabia o territorio, lo marca con humillación.
Una vergüenza que quedaría grabada para siempre.
Gracias a Merlín, Snape apareció justo a tiempo ese día.
Pero Harry nunca olvidó lo que sintió. Ese deseo ardiente de dominarlo, de arrancarle el disfraz y exponer su verdadero aroma, su verdadera piel.
Y por eso lo odiaba. Porque aunque no entendiera por qué, su cuerpo lo deseaba.