Prólogo.

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Los pasillos de Hogwarts siempre parecían más largos cuando el deseo tomaba forma entre las sombras

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Los pasillos de Hogwarts siempre parecían más largos cuando el deseo tomaba forma entre las sombras.

Era otoño, y la lluvia golpeaba con fuerza las ventanas del séptimo piso, marcando un ritmo constante, como si el castillo supiera lo que estaba a punto de suceder.

Harry caminaba con el ceño fruncido, guiado por un aroma que se le pegaba a la garganta como fuego líquido.

Era dulce, afrutado... tan embriagante que sentía cómo sus colmillos comenzaban a sobresalir apenas con respirarlo.

No entendía por qué lo estaba siguiendo, por qué su cuerpo ardía bajo la túnica y por qué sus pasos lo llevaban justo allí, al final del corredor vacío.

Hasta que lo vio.

Draco Malfoy, el eterno rival.

Hijo de una estirpe que su sangre odiaba por legado, no por voluntad. Pero esa noche... Draco no era arrogancia.

No era burla.

No era una amenaza.

Era Omega.

Estaba encorvado en un rincón, jadeando como si el aire le doliera.

Sus dedos se aferraban a la pared, y su túnica estaba arrugada, húmeda de sudor y desesperación. Su cuerpo temblaba en ondas suaves, y desde donde Harry estaba, podía escucharlo: los sonidos húmedos y dulces de su núcleo comenzando a reaccionar a su estro.

-No-murmuró Harry, entre dientes.

No podía ser.

No Malfoy.

Draco levantó la vista, y en su mirada había furia, vergüenza y súplica.

-Potter, aléjate-gruñó con la voz rota-No quiero que me veas así-

Pero Harry ya lo había visto.
Y algo dentro de él-su instinto, su maldito alfa dominante-rugía por reclamarlo.

-No puedo dejarte aquí-dijo, acercándose-No así.

-¡Te dije que te alejes!-

Draco trató de empujarlo, pero estaba débil.

Su cuerpo reaccionaba al alfa, aunque su mente gritaba que lo odiaba.

Harry lo sostuvo entre los brazos, y el cuerpo de Draco encajó contra el suyo como si siempre hubiera sido suyo.

El aroma era tan fuerte ahora, tan dulce, tan delicioso que lo sentía en la lengua, en la piel, en el alma.

Harry apretó los dientes. No. No podía perder el control.

No con él.

Pero el uniforme de Draco, olía demasiado bien.

Y debajo de esa capa de seda, Harry podía sentirlo: el calor, la humedad, el deseo contenido. Draco temblaba.

Su cuerpo vibraba al contacto, y sus pequeños quejidos -aquel susurro pegajoso que escapaba de su núcleo-lo empujaban al borde de la locura-

-Sala de los Menesteres-murmuró Harry, decidido, y la puerta apareció como si supiera que era el único lugar donde esto podía suceder.

Lo cargó, firme, y entraron.

Harry sabía que cruzar esa puerta lo cambiaría todo.

Pero ya no podía detenerse.

𝓗𝓪𝓻𝓬𝓸-𝓞𝓶𝓮𝓰𝓪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora