2. Bajos instintos.

2.1K 121 301
                                        


La luz roja del backstage teñía la piel de Guido con un brillo cálido, casi irreal. Yo estaba ahí de nuevo, de pie frente a él, a sabiendas de que lo había estado buscando sin darme cuenta. Él sonreía como si hubiera ganado una apuesta. Y lo había hecho, había pasado los últimos días intentando resistir aquella tentación que era más fuerte que yo, pero finalmente había cedido. Y él había ganado.

—No esperaba verte tan pronto...pensé en vos ésta semana —murmuró él, su voz baja sonaba aún más ronca de lo normal, provocando que tragara saliva fuertemente, anonadada ante aquella declaración.—. Me preguntaba si vos también habías pensado en mí.

El espacio entre ambos parecía volverse menor con cada palabra. Hice mi mayor esfuerzo por responder, pero mi voz se ahogó en mi propia garganta. No era miedo lo que sentía, era una necesidad, una ambrosía que jamás en el pasado había experimentado. Guido inclinó la cabeza, observándome con la misma intensidad que aquella vez, pero, sin embargo, sus ojos no me decían absolutamente nada.

Su aliento gélido hacía cosquillas en mi piel. Tragué saliva nuevamente.

Había tratado de no hacerlo. De no pensar en él, en su presencia arrolladora, en el modo en que su voz parecía hacerse nido en mi mente desde el primer momento en que la había oído.

—No...la verdad es que olvidé tu existencia en el momento en el que crucé la puerta. —mentí, sosteniéndole la mirada, haciendo mi mayor esfuerzo por sonar convincente. Guido sonrió, como si pudiera ver a través de mí. Extendió una mano y rozó con sus dedos la piel de mi brazo, trazando una línea desde mi muñeca hasta mi hombro. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo de forma inmediata, el solo sonrió.

—Sos mala mintiendo, Abril —susurró, su boca cada vez más cerca de la mía, obligándome a dar un paso atrás, en un intento por recuperar algo de control, y lo más importante, de oxígeno.—. Me gusta eso.

Guido fué rápido, en un breve movimiento hacia adelante volvió a encontrarse a centímetros de mi cuerpo, su manos, ahora aferradas a mi cintura, me envolvían de una forma que aún no había aprendido a resistir. Sus labios estaban a centímetros de los míos, y él quiso aún más. Inclinando su rostro, rozando apenas su boca con la mía. El roce fue tan leve que apenas pude sentirlo, pero me dejó sin aire.

—Vos podés frenarme si querés —Murmuró él, llevando sus labios a mi oído, atrapando mi lóbulo entre sus dientes, tironeando de él con suavidad. —. Negame que querés ésto y te dejo en paz.

Era un reto. Uno que no estaba segura de poder ganar. Pero antes de que pudiera responder, antes de que pudiera decidir si rendirme o resistirme, él cerró la distancia y me besó.

El mundo se desvaneció.

Sus labios atraparon los míos con suavidad, pero yo no tardé en rodear su cuello con mis brazos, pegándome contra él. Sonrió contra mis labios, sabiendose victorioso una vez más, y sin dudarlo un segundo, introdujo su lengua en mi cavidad oral, jugueteando con la mía con sutileza, como si se quisiera tomar el tiempo de conocerla.

El cielo pareció fundirse con el infierno por un instante, y supe que estaba perdida. Perdida y dispuesta a dejar todo mi orgullo de lado y entregarle a aquél hombre todo lo que me pida.

Y entonces, desperté.

Me incorporé de golpe, el corazón latiéndome desbocado en el pecho. Mi habitación estaba en penumbras, en el silencio de la más pura soledad, pero el eco del sueño aún vibraba en mi piel. Me llevé una mano a los labios de forma inconsciente, todavía temblorosa.

Y maldije por lo bajo.

Había pasado una semana desde que conocí a Guido. Y cada noche, soñaba con él.

ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora