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La mansión Kim se llenó de voces apresuradas y pasos inquietos cuando los padres de Jennie llegaron de su viaje de negocios, alarmados tras enterarse del atentado.

—¡Jennie! —La voz de su madre resonó por la sala antes de que la mujer la envolviera en un abrazo sofocante.

Su padre llegó segundos después, inspeccionándola con los ojos, buscando cualquier señal de daño.

—¿Estás bien, hija? —preguntó con el ceño fruncido.

Jennie asintió.

—Estoy bien, de verdad.

Su madre la soltó y la miró de arriba abajo.

—Pero nos dijeron que el auto fue atacado.

—Lo fue —Jennie bajó la mirada por un momento—, pero Lisa me protegió.

Como si la sola mención de su nombre la invocara, Lisa apareció en la sala. Vestía una simple camiseta de tirantes negra y pantalones deportivos, sin preocuparse por cubrir las vendas en sus brazos.

La reacción de los Kim fue inmediata.

—¿Tú...? —Su madre llevó una mano a su boca al ver las heridas—. Dios mío, Lisa, estás...

Lisa se mantuvo firme, como siempre.

—Son heridas superficiales, señora Kim. Nada de qué preocuparse.

El señor Kim cruzó los brazos y frunció el ceño.

—¿Superficiales? Lisa, por lo que nos informaron, casi mueres por proteger a Jennie.

Lisa no reaccionó ante la dureza en su tono.

—Era mi deber, señor.

Jennie sintió un nudo en la garganta. No le gustaba la forma en que Lisa hablaba de sí misma, como si fuera una simple herramienta de protección y no una persona con sangre, con vida... con importancia.

—Lisa... —Jennie dio un paso hacia ella, pero Lisa ni siquiera la miró.

Su madre se acercó, con genuina preocupación.

—Querida, deberías descansar. Nos aseguraremos de que te revisen bien.

Lisa sacudió la cabeza.

—No es necesario. Jennie ya se encargó de curarme.

Los padres de Jennie voltearon a verla con sorpresa.

—¿Tú lo hiciste? —preguntó su madre.

Jennie asintió, incómoda bajo sus miradas.

—No iba a dejarla así.

El señor Kim miró a Lisa con una expresión pensativa.

—Supongo que te debemos mucho más de lo que imaginábamos.

Lisa negó con la cabeza.

—No me deben nada. Como dije, es mi trabajo.

Jennie sintió la molestia crecer dentro de ella.

Su trabajo. Su deber. Su obligación.

¿Por qué Lisa insistía en minimizarlo todo?

Su madre suspiró y tomó la mano de Jennie con delicadeza.

—Al menos descansa.

Lisa asintió.

—Como usted diga, señora.

Pero Jennie sabía que eso no significaba nada.

Lisa seguiría manteniendo esa barrera, seguiría tratándola como una simple misión...

Mr. General | JenLisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora