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El trayecto de regreso a la mansión fue tenso.

Jennie miraba por la ventana con los brazos cruzados, su ceño fruncido mostrando claramente su mal humor.

Lisa, como siempre, conducía en completo silencio, con su expresión seria y enfocada en la carretera.

Pero Jennie podía sentirlo.

Podía sentir que Lisa había notado su actitud, que sabía perfectamente por qué estaba molesta.

Y eso solo la irritaba más.

Finalmente, no pudo soportarlo más y bufó con frustración.

—¿Siempre te quedas a hablar con cualquiera que te coquetea?

Lisa no apartó la vista del camino.

—No cualquiera me coquetea.

Jennie chasqueó la lengua.

—Por favor. Esas chicas prácticamente se estaban derritiendo sobre ti.

Lisa se encogió de hombros.

—No puedo controlar lo que piensen los demás.

Jennie apretó la mandíbula.

—¿Y tampoco puedes decirles que te dejen en paz?

Lisa giró el volante con calma antes de responder.

—No me afectaban. No vi la necesidad de ser grosera.

Jennie la fulminó con la mirada.

—¿No te afectaban? Claro. ¿Y qué? ¿Te gustaba la atención?

Lisa sonrió de lado, apenas perceptible.

—¿Eso te molesta?

Jennie sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¡No! —respondió demasiado rápido—. No me molesta nada. Solo me parece ridículo que pierdas el tiempo con esas cosas cuando tienes un trabajo que hacer.

Lisa soltó una leve risa nasal.

—No sabía que mi vida social entraba en tu jurisdicción, señorita Kim.

Jennie se puso rígida.

—No lo hace. Ni me interesa.

—Ah.

Ese "ah" fue lo peor.

Porque Lisa no le creía ni por un segundo.

Jennie resopló y volvió a mirar por la ventana, apretando los labios.

Cuando llegaron a la mansión, bajó del auto con más fuerza de la necesaria, cerrando la puerta de un portazo.

Lisa, en cambio, bajó tranquilamente y la siguió con su paso sereno.

—Que descanse, señorita Kim —dijo con calma.

Jennie no respondió.

Solo subió las escaleras con el ceño fruncido, repitiéndose en la cabeza que no estaba celosa.

No estaba celosa.

Pero algo le decía que Lisa pensaba lo contrario.

Jennie pasó toda la noche repitiéndose que no estaba celosa.

No le importaba que Lisa hablara con otras chicas.

No le importaba que le coquetearan.

No le importaba que Lisa no les pusiera un alto.

No le importaba en absoluto.

Pero a la mañana siguiente, cuando bajó a desayunar y vio a Lisa ya sentada en la mesa, comiendo con esa calma exasperante de siempre, sintió cómo su irritación del día anterior regresaba de golpe.

Mr. General | JenLisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora