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La gran mansión de los Kim era un símbolo de poder y lujo. Techos altos, columnas de mármol y una elegancia que gritaba exclusividad. Pero para Lisa, era solo otro lugar de trabajo.

Para Jennie, en cambio, se había convertido en un campo de batalla.

Desde el momento en que Lisa cruzó la puerta con su mochila al hombro y una mirada impasible, Jennie sintió que su mundo se desmoronaba.

—No entiendo por qué tiene que quedarse aquí —murmuró con los brazos cruzados, viendo cómo Lisa recorría la mansión con la tranquilidad de alguien que inspecciona una base militar.

Su padre, que caminaba a su lado, la miró con paciencia.

—Si quiero que esté segura, necesito que Lisa esté cerca en todo momento.

Jennie rodó los ojos.

—Eso es ridículo.

—No. Ridículo es que creas que esto es un capricho —intervino Lisa sin siquiera mirarla. Caminaba con paso firme, analizando cada entrada, cada posible punto vulnerable—. Si alguien intenta atacarte, no podrán hacerlo si yo estoy aquí.

Jennie la fulminó con la mirada.

—Dudo que alguien intente atacarme mientras tomo el desayuno.

Lisa giró la cabeza hacia ella con una expresión completamente seria.

—Los ataques no tienen horario, señorita Kim.

Jennie entrecerró los ojos.

—¿Sabes qué? Olvídalo. No quiero discutir con un robot condecorado.

Lisa alzó una ceja, pero no dijo nada.

—Tu habitación ya está lista, General Manobal —interrumpió un mayordomo.

Jennie chasqueó la lengua.

—No puedo creer que te hayan dado una habitación.

Lisa la miró con fingido interés.

—¿Preferías que durmiera en la puerta como un perro guardián?

—Preferiría que no estuvieras aquí en absoluto.

Lisa sonrió, sin rastro de calidez.

—Pues qué lástima.

Jennie soltó un bufido exasperado y se alejó a grandes pasos. Lisa la observó irse antes de volver su atención al mayordomo.

—Llévame a mi habitación.

...

Lisa esperaba que Jennie hiciera berrinches, pero subestimó su nivel de resistencia pasivo-agresiva.

Apenas pasaron unas horas en la mansión y la heredera ya estaba en campaña para hacerle la vida imposible.

Para empezar, se negaba a seguir instrucciones.

—No puedes salir sola, señorita Kim.

—Oh, qué pena. Ya salí.

Luego, estaba el problema de la convivencia.

Lisa apenas había dejado su maleta en su habitación cuando una de las empleadas se acercó con incomodidad.

—Disculpe, General Manobal... la señorita Jennie pidió que se le sirviera el almuerzo en su habitación.

Lisa frunció el ceño.

—No. Si quiere comer, que baje al comedor.

La empleada tragó saliva.

Mr. General | JenLisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora