14.- SACRIFICIO

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Echo a correr. No tan rápido como Xavi, claro. Él es un ser apolíneo de gimnasio y yo soy una obesa rata de biblioteca.

—¡Eh! ¿Dónde crees que vas?

Un boqmu, al que nunca había visto, corre (¿cómo lo hacen con esos pies?) hasta mí y se pone delante. Casi chocamos.

—¡Voy a la batalla! ¡Tengo que avisar a la emperatriz, a todos, de que algo terrible va a suceder!

—Tengo órdenes de la capitana de mantenerte alejado del peligro.

¡Giselata! Me ha asignado escolta. Enternecedor.

En ese instante, un carro tirado por dos ropianas, en lugar de los cuatro o seis habituales, llega junto a nosotros. Sin desnivel desde el que saltar y con solo dos animales, no pueden iniciar un vuelo. Son como cualquier animal de tiro... con patas pequeñajas.

En el carro, dos boqmu más. Son jóvenes. Los tres y el vehículo se interponen en mi camino. Son pequeños, como todos los de su raza, pero insistentes. Y sorprendentemente fuertes.

—Haced lo que queráis, pero debo ir.

Los aparto y paso. No tardan nada en volver a situarse entre mí y la lucha, que continúa imparable, como la crecida de un río, al otro extremo de la playa.

Miro al cielo. La génesis del reventón continúa su progreso.

Estoy por ponerme a llorar.

—Si quieres acercarte al campo de batalla, puedes hacerlo. Pero hemos de acompañarte y protegerte.

Orientan a los ropianas y dejan un espacio en el carro, invitándome a subir.

¡Haberlo dicho antes!

—¡Vamos! No hay tiempo que perder.

—¿Y adónde vamos? ¿Quieres entrar en el mismo centro de la batalla? Necesitarás armas.

Soy un estúpido. No había pensado en que estoy desarmado.

—No, no voy a luchar. Tengo que hablar con la emperatriz. O con la capitana. —No sabía de su cargo hasta ahora mismo.

—Seguro que la emperatriz está en retaguardia. La encontraremos en el límite entre la playa y el bosque.

Los ropianas se lanzan a un extraño galope sobre la arena seca, mucho más rápido de lo que yo hubiera pensado, pero más lentos que cualquier caballo. Estoy nervioso y preocupado, como el colegial ante el folio del examen no preparado. El reventón está casi a punto de desencadenarse.

Puedo ver con claridad el cúmulo de boqmu y boqmurek matándose. De improviso, giramos hacia el bosque. Allí debería estar Lairgnasata, en algún lugar protegido con buena visibilidad.

Pero no puede ser tan sencillo.

Un grupo de enemigos, al vernos, se desgaja de la batalla. No creo que tengan intenciones nada buenas. Vienen montados en aquellos extraños animales de colorines que parecen pequeñas jirafas, los aliqus. Profieren los gritos sin sentido que pueblan todas las batallas, para animarse o para intentar amedrentarnos. Sea como sea, lo que consiguen es que mi escolta advierta antes su llegada y se preparen. El que guía el carro tira de las riendas. Giramos por completo y quedamos quietos, enfrentados al enemigo.

—¡Márchate! ¡A la selva! Nosotros los entretendremos —me grita.

De nuevo a correr.

Sorteo unos cuantos cadáveres. Manchan el dorado de la playa con el grana de los muertos. Alguno todavía vive. Gime de dolor, rebozado en arena, imposible incorporarse.

El lector del cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora