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— 🍂 ᴘʀᴏᴛᴇᴄᴛɪᴏɴ
Los días transcurrieron lentos, envueltos en una monotonía que Kalani no estaba acostumbrada a soportar.
Emily se había encargado de curar sus heridas con un cuidado meticuloso, aplicando ungüentos naturales y vendajes limpios. La primera semana fue la peor. El ardor punzante bajo las vendas, el cansancio de su cuerpo intentando sanar, y la incomodidad de moverse con el brazo afectado la agotaban más de lo que quería admitir. Emily no decía mucho, pero Kalani sentía su mirada sobre ella, como si viera reflejada su propia historia en la piel de la chica.
Sam apenas la miraba. Estaba molesto, y aunque no dirigía su ira hacia ella, Kalani podía sentir la tensión en cada uno de sus gestos. Para él, lo que había ocurrido era una confirmación de sus peores temores.
Paul no volvió.
Al principio, Kalani pensó que lo haría. Que en cualquier momento lo vería aparecer por la puerta, que la buscaría, que intentaría disculparse. Pero los días pasaron, y él nunca llegó.
La segunda semana, Seth la visitó.
- ¿Qué demonios te pasó? - Preguntó apenas la vio, su expresión llena de preocupación.
Kalani había ensayado la respuesta varias veces en su cabeza.
- Tuve un accidente en el bosque - Dijo, obligándose a sonreír como si no fuera gran cosa - Un animal salvaje me atacó. Pero tuve suerte, me salvé por poco.
Seth frunció el ceño, como si la historia no terminara de convencerlo.
- ¿Qué tipo de animal?
- No lo sé. Ocurrió muy rápido.
Él la observó en silencio por un largo momento, pero al final suspiró y dejó el tema.
- Deberías tener más cuidado - Dijo, con un toque de irritación en la voz - No deberías andar sola por ahí.
Kalani solo asintió. No tenía ganas de discutir.
Paul, por su parte, estaba hundido en un infierno propio.
Sam lo había mandado lejos, y aunque la orden le dolía, la aceptó sin protestar. Se merecía el castigo. Se lo merecía todo.
Las noches eran insoportables. Se paseaba por los límites del bosque, incapaz de acercarse pero sin poder alejarse por completo. En su forma de lobo, sus pensamientos eran un torbellino de culpa y desesperación.
Y la distancia no hacía más que recordarle lo que había roto.
Para la tercera semana, las heridas de Kalani habían comenzado a cerrarse, dejando líneas rojizas en su piel. Dolía menos, pero el recuerdo seguía ahí, latente, cada vez que se miraba al espejo.