La Oferta de Addison

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-¿Disculpa?

—No, conmigo, con ella.

Mal no lo podía creer. Le estaba pidiendo que se disculpara, pero no era lo que le parecía loco, sino el hecho de que quería obedecerla. Por lo tanto, miró en dirección a Jane.

—Lo... siento.

Jane sonrió.

—Tranquila, está bien, pero... ¿podría quedarme con este peinado? Es que me gusta mucho. —dijo mirando a Addison.

Ella asintió, y Jane, contenta, se fue dejando a Addison sola con Mal.

—Bueno, las clases de bondad sirven —decía con una sonrisa mientras Mal solo la miraba fija.

—Tal vez —fue lo único que respondió.

—¿Sabes? Últimamente hemos estado conversando más, y no me refiero solo a ti y a mí, sino también a tus amigos. Creo que puedo hacer algo por ustedes.

Mal levantó una ceja, curiosa.

—¿Algo como qué?

—Invitarlos a la coronación.

Mal se sorprendió ante eso.

—¿Por qué?

—Porque quieren ver la varita del Hada Madrina.

Mal se congeló en su lugar. ¿Acaso había descubierto su plan? Si era así, tenía que hacer algo rápido.

—¿Qué?

—Bueno, al principio me pareció algo extraño, pero debe haber una razón, ¿no? Es decir, desde que llegaste, hablas de la varita de mi tía.

Mal no sabía qué responder. No podía decirle que quería robar la varita y romper la barrera, tenía que ingeniárselas rápido.

—Es que... bueno, amo la magia y tal vez ver la varita me motive más. Ya viste por tus propios ojos que no puedo hacer grandes hechizos y eso me hace sentir... algo inútil.

Y eso último que dijo no era mentira. Su madre la había hecho sentir así desde hace años por distintas razones, pero no sabía por qué se lo había dicho a la pelirroja. Solo salió de su boca como si nada, y se arrepintió de soltar esto último. En cambio, Addison sintió pena por ella. Sabía que los chicos de la isla la tenían difícil desde el momento en que nacieron, pero ella nunca había podido hacer nada, y eso la hacía sentir mal. Pero ahora tenía la oportunidad de ayudarlos, y eso era lo que iba a hacer.

—Bueno, tal vez no podamos usar la varita del Hada Madrina, ya que está en el museo y no se permite usar magia a menos que sea importante. Pero me ofrezco a ayudarte.

Eso tomó por sorpresa a Mal.

—¿Qué?

—Sé que suena confuso. Déjame explicarte. Tal vez no sepa hacer magia, pero puedo ayudarte a perfeccionar tu magia. Es decir, podría ser probándome en mí.

—¿O sea que sería mi conejillo de indias?

—De hecho, me gusta llamarlo "ayudar a alguien".

—¿Por qué?

—¿Por qué qué?

—¿Por qué me ayudarías? No tienes miedo de que te transforme en rata o algo... Espera, mejor pregunta: ¿por qué confías en mí?

Addison le sonrió con dulzura.

—¿Por qué no confiar en ti? Es decir, entiendo que ustedes sean hijos de villanos, pero como ya he dicho un millón de veces, ustedes no tienen por qué pagar los errores de sus padres. Que ellos hayan hecho las cosas mal no significa que ustedes vayan a hacerlas. Además, vinieron aquí por una segunda oportunidad, y eso es lo que les estoy dando.

Mal la observaba. Addison hablaba con mucha confianza. ¿Es que aquella princesa era ingenua? No se podía confiar en un villano así por si acaso.

—¿Me dejarás ayudarte o no? —preguntó Addison, rompiendo aquel silencio que había quedado.

Mal suspiró. Supuso que no le quedaba otra opción más que aceptar, o tal vez la chica la seguiría molestando.

—Está bien.

Addison dio un salto de alegría.

—¡Perfecto! Luego vemos bien los horarios.

Y estaba por irse, pero Mal la detuvo.

—Espera... ¿por qué eres buena con nosotros?

—Bueno, consigues más con azúcar que con sal.

Mal asintió, como si hubiera entendido lo que quiso decir, y habló de vuelta.

—Oye, ¿podemos guardar esto en secreto? Ya sabes, lo de ayudarme con la magia.

—Claro.

—Bueno, gracias —y esa última palabra salió por sí sola, sorprendiéndose a sí misma.

—No hay problema. Nos vemos luego, dragonsito.

Y dicho esto, Addison se fue con una sonrisa de oreja a oreja, mientras que Mal solo la miraba mientras se iba. ¿La había llamado "dragonsito"?

Entre La Corona Y El Mar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora