Prólogo

348 22 2
                                    

Narrativa

Alondra solía juzgar.

Veía a las mujeres que se dejaban gritar, manipular, golpear... y sentenciaba con desprecio: "Yo nunca me quedaría con alguien así."

Decía que el amor no podía doler.

Que quien se dejaba maltratar por amor era débil, patética, dependiente.

"Jamás sería una de ellas."

Hasta que conoció a Rainelis.

Rainelis era la nueva esposa de su padre.
Desde el primer día, su presencia llenó la casa. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, su voz era firme, cortante, como si las palabras fueran órdenes. Tenía esa belleza extraña y madura que se clava en los ojos, y una frialdad elegante que obligaba a respetarla... o temerle.

Al principio, Alondra la detestaba. Después, la admiró. Y luego... se enamoró.

No supo en qué momento exacto ocurrió. Tal vez fue cuando la vio caminar descalza por la cocina en la madrugada. O cuando Rainelis la miró sin hablar, con ese brillo oscuro en los ojos. O tal vez fue la primera vez que la tocó sin querer... y el roce le encendió la piel como fuego.

Era su madrastra. Pero eso no detuvo el deseo.

Y Rainelis lo notó.

No dijo nada. No la rechazó.

Tampoco la correspondió con palabras dulces. Solo con gestos breves. Con silencios largos. Con caricias escondidas entre la sombra.

Alondra se aferró a eso.

A cada mirada que parecía significar algo.
A cada pequeña señal que alimentaba su amor.

Pero lo que vino después... no fue amor.
Fue dominio. Frialdad. Golpes.

El primer golpe fue seco. Una bofetada por levantarle la voz.

Alondra cayó al suelo, con la mejilla ardiendo y el corazón latiendo como un animal acorralado.

"No me hables así, niña malcriada."

Y no fue la última vez.

Lluvias de gritos, empujones contra la pared, tirones del cabello, insultos.

A veces por cosas mínimas. A veces por platicar con un chico. A veces por nada.

Y otras veces... simplemente porque sí.

Pero después del golpe, Rainelis la abrazaba. O le servía un cafe. O la acariciaba en silencio, como si ese fuera su modo retorcido de decir "te quiero".
Y Alondra, rota por dentro, se quedaba.

Porque aunque dolía... sentía que Rainelis sí la quería. Solo que no sabía amar bien.

Así empezó el ciclo.

Amor, violencia, silencio, caricia.
Una espiral que atrapaba a Alondra cada vez más profundo.

Y cada vez que se veía en el espejo, con un labio partido o un moretón nuevo en la clavícula, pensaba en esas mujeres que antes había juzgado.

Pensaba en lo fácil que es hablar cuando estás afuera.

Y en lo imposible que es irte... cuando amas, aunque duela.

"Ahora soy una de ellas." se dijo una noche, con lágrimas secas en los ojos.

Pero aún no sabía que esa frase era apenas el principio.

ULTRAVIOLENCE Where stories live. Discover now