Una de las peores consecuencias de caer en la indigencia es que la gente deja de verte como un ser humano con entidad propia y empieza a considerarte un elemento del paisaje. Algunos te evitan, como al enemigo o al obstáculo de un videojuego, sin reparar en que ese pordiosero que te pide veinte centimillos tiene una personalidad tan importante y compleja como la de ellos. Diría incluso que los trabajadores sociales o voluntarios nos ven como una mera herramienta de trabajo o una vía a la salvación.
Entiendo ese mecanismo, claro: no solo te libras de tener una conversación real con una persona que te incomoda, sino que evitas pensar que esa persona podrías ser tú mismo el día de mañana. Por eso, cuando nos ven como una masa homogénea de vagos y maleantes, ellos respiran (respiráis) tranquilos porque saben que nunca les tocará a ellos. Que esos indigentes no son de su especie, sino de una raza muy inferior de tarados que deben ser cuidados y protegidos para que no les peguen un navajazo o para asegurar su presencia en el reino de los cielos, pero con los que nunca se debe empatizar. Así se protegen contra la certeza inevitable de que, en una semana o un mes, pueden verse en nuestra situación si la vida se tuerce.
Por ello, disfrutaba enormemente no solo del sexo, sino de las simples conversaciones con las muchachas que me veían como algo más que un trozo de carne, y con las que intercambiaba impresiones sobre literatura, actualidad o filosofía. Por supuesto, después de un polvo.
En eso estaba, hablando con Aura y una amiga suya, Nerea. Esta hembra, que está estudiando Filología Hispánica, me masajeaba el pecho mientras yo metía los dedos en su sexo, mientras Aura acariciaba con ternura las venas de mi polla después de que yo le hubiera dado lo suyo a las dos.
-Pues yo no veo tan claro eso de la apropiación cultural...-dije, recordando una conversación sobre cine que estábamos teniendo-. Quiero decir, las culturas crecen mezclándose con otras, tomando elementos de ellas... y, bueno, a veces es a través de la conquista y la opresión, pero así es la naturaleza humana. Renunciar a la libertad artística para no ofender a quienes creen en la apropiación cultural me parece un atraso.
Nerea, una nínfula delgada de pechitos picudos, se restregó contra mí, demasiado excitada por la masturbación como para elaborar un argumento a la contra.
-Madre mía, qué... qué pollavieja eres...-me decía. Sus gafas reflejaban mi rostro sonriente y descansado.
-¿Polla vieja? Pues bien que te ha gustado que te la dé.
-No, lo que yo... sigue, sigue, no pares... lo que quiero decir es que tienes una visión de la vida muy... antigua. Predigital. Casi sesentayochista, diría yo.
-Oye, que yo para entonces no había nacido, bonita.
-Ya, ya... ah... ah... ah...
Cuando llegó al orgasmo, cayó rendida en la cama, con su desnudez aniñada de pija progresista alegrándome el día.
-Mierda, llego tarde a la Facultad-dijo, secándose el sudor de la frente-. Tengo clases por la tarde, pero no te creas que esta conversación ha terminado.
-Confío en ello, y en que la tengamos en estas mismas circunstancias.
Entre risas, Nerea se fue vistiendo, y Aura se quedó conmigo, acariciándome la barba con cariño. Qué mujer tan buena, por Dios. No me la merezco.
