Capítulo 4: Aprendiendo a obedecer
Jae-ji nunca había obedecido a nadie.
Siempre había sido la que daba las órdenes, la que imponía las reglas, la que controlaba cada detalle de su vida y de quienes la rodeaban.
Pero Seulgi la miraba como si todo lo que ella era hasta ahora no significara nada.
Y lo peor de todo… era que a Jae-ji no le molestaba.
Al contrario, algo dentro de ella se encogía con anticipación cada vez que Seulgi hablaba con esa voz calmada y firme.
—Vamos a establecer las reglas —dijo Seulgi, cruzando las piernas en el sofá mientras observaba a Jae-ji de arriba abajo—. Si quieres ser mía, tendrás que seguirlas todas.
Jae-ji tragó saliva.
Seulgi no alzó la voz, no la amenazó, ni intentó intimidarla como solía hacer Jae-ji con los demás.
Pero cada palabra suya era una orden velada.
—Primero —continuó Seulgi—, dentro de este departamento, yo soy la que manda. No importa que seas un Alfa, no importa que afuera seas temida. Aquí, tú me obedeces.
Jae-ji sintió que su mandíbula se tensaba.
—¿Siempre?
—Siempre.
La Alfa frunció el ceño, pero Seulgi solo sonrió.
—No te preocupes. Seré justa… pero estricta.
Jae-ji sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Y si no obedezco?
Seulgi inclinó la cabeza.
—Tendrás consecuencias.
Las palabras eran suaves, pero su significado hizo que Jae-ji tragara saliva.
—Segunda regla —prosiguió Seulgi—. Cuando estemos aquí, te referirás a mí como “Ama” o “Señora”.
El orgullo de Jae-ji rugió en su interior.
—Eso es ridículo.
Seulgi se acercó lentamente, su presencia llenando el espacio entre ambas.
—Entonces dímelo ahora.
Jae-ji frunció el ceño.
—¿Qué?
—Dilo. Llámame “Ama” o “Señora”.
Jae-ji sintió su rostro arder.
—No.
Seulgi la miró con paciencia.
—Sabes que vas a hacerlo. Solo estás alargando lo inevitable.
Jae-ji apretó los dientes.
Su instinto Alfa se retorcía, le gritaba que no debía ceder.
Pero otra parte de ella… una más profunda, más primitiva, más desesperada… quería complacer a Seulgi.
—No es tan difícil —susurró Seulgi, acercándose aún más—. Solo dilo una vez.
El cuerpo de Jae-ji reaccionó antes que su mente.
—A… Ama.
El aire entre ellas se volvió espeso.
Seulgi sonrió.
—Buena chica.
Jae-ji se estremeció visiblemente.
Seulgi notó su reacción y la registró en su mente con satisfacción.
—Tercera regla —continuó la Omega, acariciando la mandíbula de Jae-ji con un dedo—. Tendremos rituales. Uno de ellos será que, cada vez que entres por esa puerta, te arrodillarás ante mí.
Los ojos de Jae-ji se abrieron con sorpresa.
—¿Arrodillarme?
—Así es. Quiero que recuerdes tu lugar cada vez que cruces este umbral.
El Alfa apretó los puños.
Seulgi la estaba destruyendo.
O quizás… la estaba moldeando.
—¿Entendido?
Jae-ji desvió la mirada.
—Sí… Ama.
Seulgi sonrió con satisfacción.
—Bien. Ahora, la cuarta regla.
Jae-ji sintió que el aire se espesaba aún más.
—¿Más?
—Por supuesto.
Seulgi tomó su mentón y lo levantó con suavidad, obligándola a mirarla a los ojos.
—Siempre pedirás permiso para tocarme.
Jae-ji sintió su orgullo romperse un poco más.
—Pero…
—No hay peros.
La Omega dejó que su mano descendiera por el cuello de Jae-ji hasta su clavícula, apenas rozando su piel.
—¿Quieres que te toque?
Jae-ji asintió instintivamente, pero Seulgi negó con la cabeza.
—Las palabras, cariño.
Jae-ji tragó saliva.
—Quiero… que me toques.
—¿Cómo se pide correctamente?
La Alfa cerró los ojos con frustración antes de susurrar:
—Ama… por favor, tóqueme.
Seulgi sonrió con dulzura antes de inclinarse y rozar sus labios contra la mejilla de Jae-ji en un toque etéreo.
—Eso es todo por hoy —susurró contra su piel—. Eres una buena alumna.
Jae-ji sintió que sus rodillas temblaban.
Pero en lugar de apartarse, dejó que Seulgi siguiera jugando con su mente.
Quizás, después de todo…
Ella nunca había sido tan fuerte como creía.
Y quizás, bajo las manos adecuadas, estaba destinada a rendirse.
Fin del capítulo 4.
