Capítulo 2: El Trato
Jae-ji no soportaba la incertidumbre. No era alguien que esperara pacientemente a que las cosas sucedieran. Si quería algo, lo tomaba. Si alguien se interponía en su camino, lo apartaba.
Así que después de días enteros sintiendo su sangre arder cada vez que veía a Seulgi, tomó una decisión.
Se enfrentaría a ella.
No podía seguir así, atrapada entre su orgullo y la necesidad incontrolable de hacerla suya. Seulgi era una Omega y ella era el Alfa supremo de la academia. Era lo lógico, lo natural.
Pero en el fondo, sabía que esto no tenía nada de natural.
Ninguna Omega la había hecho sentir así antes. Ninguna había logrado que su control flaqueara. Ninguna la había tentado a este nivel.
Y eso la enfurecía.
—Jae-ji… ¿estás segura de esto? —preguntó Jiho, uno de sus seguidores más cercanos.
Jae-ji le lanzó una mirada helada.
—¿Desde cuándo dudo?
Jiho tragó saliva y bajó la mirada.
—Nunca.
—Entonces deja de hablar y muévete.
Los pasillos estaban casi vacíos cuando la encontró.
Seulgi estaba sentada en uno de los bancos del jardín trasero, el lugar más tranquilo de la academia. Con un libro en sus manos y una leve sonrisa en los labios, parecía completamente ajena al mundo que la rodeaba.
Jae-ji sintió que su pecho se apretaba.
¿Cómo puede verse tan perfecta sin hacer nada?
Sacudió la cabeza, apartando esos pensamientos y acercándose con pasos firmes. No podía permitirse titubear.
Seulgi levantó la vista cuando la sombra de Jae-ji cubrió su libro.
—Oh. —Parpadeó con sorpresa—. ¿Tú eres… Jae-ji, cierto?
Jae-ji sintió que su orgullo se resquebrajaba un poco.
¿Tú eres Jae-ji?
Todo el mundo la conocía. Todo el mundo temía su nombre. Pero esta Omega la miraba con curiosidad, como si fuera solo otra estudiante más.
—Sí —respondió con su tono más frío—. Quiero hablar contigo.
Seulgi ladeó la cabeza y cerró su libro con calma.
—¿Hablar conmigo? Eso suena serio.
—Lo es.
Seulgi sonrió, como si aquello le divirtiera.
—Bien. Estoy escuchando.
Jae-ji inhaló profundamente. Su alfa rugía dentro de ella, exigiéndole tomar el control de la situación. Su orgullo le decía que no había razón para dudar.
Pero sus instintos le advertían que estaba caminando sobre un terreno peligroso.
—Quiero que seas mi Omega.
La declaración cayó como una piedra en el aire, rompiendo el silencio entre ambas.
Seulgi no reaccionó como Jae-ji esperaba. No se sonrojó. No apartó la mirada.
En su lugar, la examinó con una calma que la hizo sentir extrañamente desnuda.
—¿Tu Omega?
—Sí.
Seulgi entrecerró los ojos, como si estuviera analizando algo muy interesante.
—¿Y por qué crees que debería aceptar?
Jae-ji sintió un leve cosquilleo de irritación en la nuca.
—Porque soy un Alfa. Porque soy el Alfa supremo de esta escuela. Y porque nadie más podría protegerte mejor que yo.
Seulgi sonrió.
—¿Protegerme? —Se inclinó ligeramente hacia adelante—. ¿De quién?
Jae-ji apretó la mandíbula.
—De cualquiera que intente hacerte daño.
—¿Y si no necesito que me protejan?
—No es cuestión de necesidad —gruñó Jae-ji, sintiendo su control tambalearse—. Es cuestión de lo que es correcto.
Seulgi la observó en silencio por un momento.
Luego, para sorpresa de Jae-ji, una sonrisa juguetona se dibujó en sus labios.
—Entiendo. Quieres que sea tu Omega.
—Sí.
—Muy bien.
Jae-ji parpadeó, sorprendida por lo fácil que había sido.
—¿Eso es un sí?
—No exactamente.
La sonrisa de Seulgi se volvió más traviesa, y Jae-ji sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Tengo una condición.
—¿Una condición? —repitió Jae-ji, desconfiada.
—Si quieres que sea tu Omega… entonces tú serás mi Alfa, pero a mi manera.
—¿Qué significa eso?
Seulgi se levantó lentamente, acortando la distancia entre ambas hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para que Jae-ji pudiera percibir su aroma embriagador.
—Significa que si quieres que te pertenezca… tú tendrás que pertenecerme a mí.
Jae-ji sintió que su mente se quedaba en blanco.
—¿Qué?
Seulgi se inclinó un poco más, sus labios peligrosamente cerca de su oído.
—Serás mía, Jae-ji. Me obedecerás. Me seguirás. Y harás lo que yo quiera.
El corazón de Jae-ji se aceleró.
—Eso no tiene sentido.
Seulgi se separó con una mirada inocente.
—Entonces puedes rechazarlo.
Jae-ji sintió que su orgullo luchaba contra el ardor en su pecho.
No podía aceptar algo así.
Ella era Jae-ji.
El Alfa supremo.
No obedecía a nadie.
Pero sus ojos cayeron en los labios de Seulgi, en la manera en que la Omega la miraba, completamente segura de sí misma.
Y entonces lo supo.
Seulgi había ganado.
—… Está bien —gruñó, con los puños apretados—. Acepto.
Seulgi sonrió.
—Buena chica.
El cuerpo de Jae-ji se estremeció ante esas palabras, y en ese instante supo algo más.
Había entrado en un juego del que no tenía escapatoria.
Fin del capítulo 2.
