Capítulo 1: El Alfa Intocable y la Omega que la Derrumbó
El campus de la Academia Jeonghwa era un campo de batalla no declarado, donde la jerarquía lo era todo. Entre los estudiantes, una figura reinaba sin discusión: Jae-ji, el Alfa supremo.
Alta, de porte impecable, con una mirada afilada que podía doblegar a cualquiera con un simple destello de desprecio. Su arrogancia era legendaria, su poder absoluto. No había estudiante que se atreviera a mirarla directamente a los ojos sin sentir el peso de su presencia. Profesores, estudiantes, incluso otros Alfas, nadie se interponía en su camino. Era la dueña de la escuela, la depredadora en la cima de la cadena alimenticia.
Y le encantaba.
Jae-ji caminaba por los pasillos con aire de realeza, rodeada de un grupo de seguidores que la admiraban casi con devoción. Sus feromonas alfa eran intensas, dominantes. Nadie osaba acercarse sin su permiso.
Hasta que llegó ella.
—
La primera vez que vio a Seulgi, fue como un golpe directo a su sistema nervioso.
Una Omega. Pero no cualquier Omega.
De apariencia frágil, con unos ojos dulces que parecían incapaces de albergar malicia, una sonrisa que desarmaba hasta al más implacable. Seulgi irradiaba una dulzura natural que hacía que cualquiera quisiera protegerla. Pequeña en comparación con la imponente figura de Jae-ji, pero con una presencia que la perturbó de una forma que jamás había experimentado.
Lo peor de todo: su olor.
Su aroma era una mezcla de miel tibia y jazmín, un perfume natural que casi la hizo gruñir de deseo en medio del pasillo. Jae-ji se tensó, su mandíbula apretada mientras la Omega pasaba a su lado sin siquiera notarla.
¿Cómo podía ser posible?
Jae-ji nunca había sentido la necesidad de poseer a alguien, pero en ese instante supo que esta Omega era diferente. La quería. No. La necesitaba.
Y eso la aterraba.
—
Los días siguientes fueron una tortura.
Jae-ji intentó mantener la compostura, pero cada vez que Seulgi aparecía, su cuerpo reaccionaba sin su permiso. Sus instintos alfa gritaban por marcarla, por hacerla suya. Y lo peor de todo… la Omega parecía completamente ajena a su efecto sobre ella.
No la temía.
No la evitaba.
A veces incluso le sonreía.
Ese fue el primer golpe a su orgullo.
El segundo llegó cuando, un día, mientras caminaba por el pasillo, un Beta chocó accidentalmente con Seulgi, haciéndola tropezar.
Antes de que Jae-ji pudiera reaccionar, antes de que su lado Alfa tomara control para defender lo que ya consideraba suyo, Seulgi se levantó y con una calma absoluta miró al Beta.
—Ten más cuidado la próxima vez —dijo con una voz suave, pero firme.
Jae-ji se quedó helada.
Era… ¿dominante?
No de la forma en que ella lo era, no con intimidación, sino con una confianza natural que no dejaba espacio para la discusión.
El Beta se disculpó apresuradamente y huyó.
Jae-ji sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Estaba en problemas.
—
Aquella noche, en su habitación, Jae-ji no podía dejar de pensar en Seulgi. En la forma en que había controlado la situación sin levantar la voz, en cómo su presencia era tan imponente a su manera.
Pero lo peor no era eso.
Lo peor era imaginar cómo sería si esa voz suave le diera órdenes a ella.
Si Seulgi la mirara con esa misma seguridad y le dijera qué hacer.
Su cuerpo se estremeció con la idea y una rabia irracional la invadió.
No.
Ella era Jae-ji.
El Alfa supremo.
Nadie tenía poder sobre ella.
Nadie…
Excepto, quizás, esa dulce Omega de ojos brillantes y aroma a miel.
