Después de un día lleno de actividades y risas, la noche llegó con una atmósfera tranquila, pero cargada de emoción. Todos estaban reunidos junto al lago, mirando los fuegos artificiales que iluminaban el cielo. Las luces de colores estallaban en el aire, creando destellos brillantes que reflejaban en los rostros de todos, llenando el ambiente de un aire festivo y alegre.
Greg y Lexie se apartaron del grupo, buscando un rincón tranquilo. Sentados en una manta, miraban el cielo estrellado mientras los fuegos artificiales seguían estallando. La música sonaba suavemente de fondo, mezclándose con el sonido de los cohetes en el aire.
—¡Este es el mejor 4 de julio de todos!—dijo Lexie, sonriendo mientras veía cómo una explosión de colores iluminaba el cielo.
Greg la miró y, por un momento, el mundo a su alrededor pareció desvanecerse. Solo estaban ellos dos, disfrutando de la calma que les ofrecía la noche.
Sin pensarlo mucho, Lexie se acercó y le dio un beso suave en el cachete. Fue un gesto espontáneo, pero lleno de cariño. Sin embargo, antes de que Greg pudiera decir algo, un grito rompió la serenidad.
—¡El último que se quede gana!— gritó Marcus, con una flecha en la mano, apuntando hacia el cielo. Todos, sin pensarlo, se levantaron y comenzaron a correr en dirección contraria, gritando, desordenados.
Greg y Lexie se miraron y, aunque ambos querían disfrutar del momento, la explosión de energía de la flecha había arruinado cualquier tipo de calma. Lexie suspiró y se levantó, corriendo tras los demás, mientras Greg se quedaba atrás, observando cómo la locura se desataba.
—¡Vamos, Hollywood! ¡A correr!—gritó Lexie, ya alejada.
Greg suspiró, con una sonrisa en los labios. —Nunca podremos tener un momento tranquilo—
Pasan los años. Greg ahora tiene 17 y Lexie 16. Ya no eran los mejores amigos inseparables de antes, pero Lexie no podía evitarlo… estaba enamorada de él.
Se encontraba en su casa, en la casa de los Lamonsoff, donde el caos nunca descansaba. Bean intentaba hacer su tarea de matemáticas en la mesa, con el ceño fruncido mientras decía en voz alta:
—¡Cinco más cinco es… catorce!
Sally, sentado a su lado, asintió con seriedad.
—Exacto, Bean. Muy bien.
Lexie, desde el sillón, lo miró con incredulidad.
— ¿qué haces mamá?
—No quiero dañar su autoestima —respondió encogiéndose de hombros.
Donna, por su parte, caminaba por la casa con sus botas escandalosas, haciendo tanto ruido con cada paso que parecía un desfile. Su madre la llamaba desde la cocina, pero ella ni se inmutaba.
Lexie suspiró, dejando caer la cabeza en el respaldo del sillón. El ruido, la locura, el desastre… todo era parte de su rutina. Pero, entre todo ese caos, su mente siempre volvía a lo mismo: Greg.
Desde que dejaron de ser inseparables, algo en ella había cambiado. Él ya no era solo su amigo de la infancia. Ahora Greg estaba más alto, más confiado, más… imposible de ignorar.
Para él, nada había cambiado. Seguía bromeando, divirtiéndose, sin darse cuenta de que Lexie ya no lo veía igual. Mientras Greg la trataba como siempre, Lexie sentía que su corazón se aceleraba cada vez que él sonreía, cada vez que la miraba. Porque mientras él seguía viéndola como su amiga de toda la vida, ella ya no podía ignorar lo que sentía.
Ya era hora de irse al colegio. El caos matutino en la casa de los Lamonsoff era peor que cualquier tormenta.
—¡Bean, deja de ponerte la camiseta al revés! —gritó sally desde la cocina.

ESTÁS LEYENDO
Más que amigos
HumorLexie Lamonsoff nunca pensó que un verano con su familia la haría revivir la infancia de su padre... literalmente. Tras la repentina muerte del entrenador Buzzer, Eric Lamonsoff y sus amigos se reencuentran, trayendo consigo recuerdos, risas y una n...