El lugar escogido para parlamentar es uno de los escasos lugares en que los boqmu viven sobre la tierra en vez de bajo ella. En el viaje hacia este lugar, Giselata, que sigue manifestando una inexplicable atracción hacia mí, me explica que viven en las profundidades para huir de los rayos de su sol. Son muy dañinos para su piel. Sobremanera si su exposición se prolonga por varios días sin la aplicación de una pomada que extraen de la savia de una de sus plantas amaestradas. La llaman pexau. Todos los días, antes de irse a dormir, se embadurnan con ese potingue. A Xavi y a mí nos lo dan también. Él se lo restriega con fruición. Me da repelús. Es como si estuviera autocomplaciéndose. Yo, como de momento no noto nada, lo guardo por si acaso, pero no me lo unto.
Volamos sobre una enorme pradera verde, hollada por líneas de árboles en perfecta cuadrícula. En su centro, los dos únicos accidentes del terreno: un suave altozano poblado de viviendas y, a su vera, un otero más alto y engreído. Su cima en roca gris destaca poderosamente sobre el tono térreo de la falda y las laderas de su hermano menor. Un arroyo atraviesa en diagonal este tablero de ajedrez. Debe ser ese río que llaman Hiuve. Corre plácido y silente, sin una mota de espuma en su curso, como si fuese un canal y no un cauce natural por donde discurre. De él manan decenas de acequias que sacian la sed de los sembrados. Es extraño: pese a que parece que estamos en primavera o verano —no podría asegurarlo—, los árboles están pelados. Lo comento en alto conmigo mismo. La Emperatriz, cual guía turística atenta a su público, satisface mis dudas.
—En esta fase del cultivo todas las horas de sol han de aprovecharse. Por eso convinimos con las plantas, esos uñupi que ves, que se despojaran de sus hojas. Cuando el sol sea más dañino, volverán a vestirlas y colaborarán para aportar sombra allí donde más convenga al trigo. Si se ponen tontos y no nos hacen caso, intervengo yo —comenta, sonriendo tal que si estuviera haciendo una gracieta.
Como si quisiera corroborar sus palabras, la red de árboles se inclina al paso de nuestros carros tirados por ropianas. Reconocen la eminencia del séquito. Volamos en manos del viento creado por Lairgnasata para la ocasión. Sobrevolando este lugar logro hacerme una idea del increíble grado de colaboración que han llegado a tener los boqmu y sus plantas, el trigo y los árboles, en pro de la prevalencia de todos. Es una simbiosis perfecta, tan alejada de lo que sucede en mi lugar de origen entre el hombre y la naturaleza como yo lo estoy de allí ahora mismo.
El aterrizaje es más brusco esta vez. Nos bajamos en la colina, elevada por sobre el campo de trigo, donde los boqmu que lo cultivan tienen sus casas. Son casas de adobe: frescas en verano y cálidas en invierno. Sus paredes tienen intercalaciones de una extraña piedra amarilla, como pilares insertos en el barro seco. Creo que ayudan a dibujar las puertas y ventanas. El tejado lo forman ramas de los mismos árboles que vimos abajo. Los boqmu que nos reciben A ellos les dedican continuas reverencias. A nosotros, miradas de hostilidad.
El mandatario local, el xattub, es un boqmu como todos los demás. No sé cómo logran distinguirse entre ellos. Salvo los cuatro que conozco, a mí me parecen todos iguales. Creo que es algo como lo que nos pasa a los humanos con algunas razas que, si no los conocemos, decimos que no hay ninguno distinto de otro. Cuando la ignorancia habla, la razón se oculta por vergüenza. El único rasgo distintivo de este boqmu es que es tuerto. Se presenta como Cosmaugata. Nos dan de comer. De seguro que esto es para ellos un banquete: verduras o frutas, no sabría decirlo, que nunca he visto, cocinadas tan al fuego que saben a brasa; una carne que deja en el paladar un regustillo a conejo, pero no parece conejo, nadando en una salsa espesa y dulzona; algo que es un intermedio entre yogur y queso fresco, en cuencos de barro cocido de color negro; todo ello flanqueado por el pan más sabroso que he probado en mi vida y regado con agua fresca, excepto para la emperatriz, que vuelve a beber de un líquido aparte, para ella sola.

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El lector del cielo
FantasyNovela de fantasía en la que dos personajes tan diferentes que no pueden aguantar respirar el mismo aire se ven en un universo desconocido, con una naturaleza completamente sorprendente, rodeados de seres y costumbres inusitados. En ese lugar son pe...