ᴇɴ ʟᴀ ʙᴜꜱQᴜᴇᴅᴀ

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EL SOL brillaba con fuerza, y una brisa fresca agitaba las hojas de los árboles que flanqueaban el sendero angosto. Kurai, vestida con ropa holgada de muchacho, iba montada sobre Kuritso, su caballo favorito, un robusto ejemplar de pelaje negro con un brillo elegante bajo el sol. Su "jefe" —un hombre tosco y siempre malhumorado— había aceptado finalmente enseñarle a montar, aunque solo por conveniencia propia. Para él, "Kuro" (el nombre masculino que Kurai había adoptado) sería útil yendo al pueblo a hacer recados montado en caballo.

Claro que para Kurai, aquello también era una ventaja: era menos probable que las viejas chismosas del pueblo descubrieran que "Kuro" era en realidad una niña. Mantener ese secreto era crucial para seguir trabajando en el establo y ayudar a su madre con el dinero.

Kuritso avanzaba con paso firme por el camino de tierra, sus pasos resonando rítmicamente. Kurai acariciaba distraídamente la crin del caballo mientras hablaba en voz baja.

—¿Sabes, Kuritso? Eres el único que no me hace preguntas tontas.

El caballo soltó un resoplido suave, como si estuviera de acuerdo. Kurai sonrió levemente.

El día parecía perfecto, pero de repente algo cambió. El cielo azul comenzó a oscurecerse, y un viento helado sopló entre los árboles, haciendo que las ramas crujieran de manera inquietante. Kuritso relinchó nervioso, sus orejas se movían con rapidez, captando algo invisible. Kurai afianzó las riendas, intentando calmarlo.

—Tranquilo, amigo...

Pero el ambiente seguía cambiando. La luz se desvaneció casi por completo, sumiendo el sendero en una penumbra antinatural. Kurai sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras miraba a su alrededor, buscando el origen de esa opresión inexplicable.

De repente, una figura apareció más adelante en el camino. De espaldas, alta y elegante, vestida con un traje negro impecable y un sombrero de ala ancha. La piel del hombre era pálida como la luna, y aunque no podía ver su rostro, Kurai sintió un temor visceral.

El hombre giró levemente la cabeza, dejando que uno de sus ojos rojos brillara intensamente bajo el sombrero. Esa mirada fue suficiente para que Kuritso se alterara por completo, relinchando con fuerza y parándose sobre sus patas traseras.

—¡Kuritso, no! —gritó Kurai, tirando desesperadamente de las riendas.

Pero fue inútil. El caballo se sacudió violentamente, y Kurai perdió el equilibrio. El mundo pareció ralentizarse mientras caía hacia el suelo, el impacto inevitable...
Hasta que despertó sobresaltada.

Su respiración era agitada, y su frente estaba perlada de sudor frío. Se encontraba en la oscura habitación de la mansión Ubuyashiki, su refugio durante semanas, tal vez meses. El sonido de unos suaves golpes en la puerta la sacó de su confusión.

𝕰𝖑 𝖙𝖊𝖗𝖗𝖔𝖗 𝖉𝖊 𝖑𝖔𝖘 𝖉𝖊𝖒𝖔𝖓𝖎𝖔𝖘 || Kyojuro RengokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora