Los hermanos Uley eran pequeños soles en la reserva, o al menos eso solían ser.
Cuando eran pequeños y Sam tenía diez y Kalani seis, solían pasar todas las horas del día recorriendo la reserva y saludando a los vecinos.
Kalani solía jugar con Seth Clearwater y Sam jugaba con Paul Lahote, aunque él no era para nada del agrado de Kalani.
La morocha nunca se había llevado con los amigos de su hermano, especialmente ya que todos eran al menos tres años mayores que ella. Paul solía molestarla un poco, tomaba sus muñecas o la hacía tropezar, pero Sam siempre lo regañaba y Kalani terminaba cobrándole los mal tratos al chico obligándola a limpiar sus patines o comprarle dulces.
Pero Seth, que era de su edad, era un chico risueño que era como su segundo hermano, al igual que Jacob Black.
Pero su situación en casa no era tan grata, sus padres solían pelear mucho, y cuando Kal tenía once, su madre la tomó del brazo y la subió al auto; se irían juntas de el pueblo y se mudarían a Los Ángeles.
La chica no quería dejar a su hermano, y mucho menos con su padre alcohólico y abusivo, pero su madre no le dio otra opción.
Kalani no quería dejar a Sam, no quería irse sin él. Sobre todo, no quería dejarlo con su padre, un hombre que no dejaba de derrapar en su adicción al alcohol y a la violencia. Pero su madre le ofreció poco espacio para opinar, y aunque Kalani intentó contactar a Sam, no siempre lo conseguía.
Un año después de su partida, Kalani se enteró de que su padre había abandonado a Sam. A pesar de todo, el chico no parecía querer que su madre regresara. A los dieciséis años, Sam había aprendido a valerse por sí mismo, aunque a Kalani no le gustaba saber que lo hacía sin ella.
Jennifer, su madre, había soñado con regresar a la reserva. Pensó en ello muchas veces, especialmente después de que su exmarido se marchó, pero el miedo la mantenía alejada. Lo único que podía hacer era hablar con Sam por teléfono y esperar que todo estuviera bien. Al menos eso fue así hasta que Sam cumplió veinte años...