《𝕰𝖑 𝖙𝖊𝖗𝖗𝖔𝖗 𝖉𝖊 𝖑𝖔𝖘 𝖉𝖊𝖒𝖔𝖓𝖎𝖔𝖘》❝De mi sangre vendrá, el guerrero prometido, cuyo poder derrotara al monstruo. Valentía y fuerza heredará, astuto guerrero nacerá y el terror de los demonios obtendrá. La sangre de mi sangre, el apelli...
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HACE UN AÑO Y CUATRO MESES
Kagaya Ubuyashiki se encontraba en el jardín, rodeado de flores que se mecían suavemente con la brisa. Su rostro tranquilo reflejaba la serenidad que siempre transmitía. El canto de los pájaros llenaba el aire, pero una figura que se acercaba interrumpió el momento de paz. Su hermana Akanao se presentó ante él, su rostro igual de sereno, aunque con una ligera sombra de preocupación que no pasó desapercibida para Kagaya.
—¿Qué sucede, hermana? —preguntó con su voz suave y cálida.
—Es Kurai, maestro Kagaya —respondió Akanao—. No ha comido nada en tres días, tampoco ha salido de su habitación. No hay ninguna señal de actividad dentro, como si no estuviera ahí.
Kagaya asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de la situación. Sin perder su compostura, se levantó con delicadeza.
—Gracias por informarme. Iré a hablar con ella.
Caminó por los pasillos con pasos tranquilos hasta llegar a la habitación de Kurai. Se detuvo frente a la puerta de madera, levantó la mano y tocó suavemente.
—Kurai, soy yo. ¿Puedo entrar?
No hubo respuesta, solo un silencio pesado que parecía llenar el aire.
—Voy a entrar —avisó con voz serena.
Abrió la puerta lentamente y la luz del pasillo se coló en la habitación oscura. Allí, sobre el futón, yacía Kurai, acostada de lado, con la mirada perdida en algún punto invisible del techo.
—Hola, Kurai —la saludó Kagaya con calidez—. Me gustaría hablar contigo.
Ella no respondió, su cuerpo inmóvil como si el peso del mundo estuviera sobre ella. Kagaya, sin alterarse, se sentó a una distancia respetuosa.
—No has comido en tres días —le dijo con suavidad—. Comer te hará bien, te llenará de fuerza.
Lentamente, Kurai se incorporó, su cabello despeinado cayendo sobre su rostro. Su mirada seguía distante, perdida en un abismo invisible.
—No necesito fuerza —dijo con una voz ronca y débil, como si hubiera pasado meses sin hablar.
Kagaya mantuvo su calma y preguntó gentilmente:
—¿Entonces qué necesitas?
Kurai lo miró por fin, sus ojos oscuros cargados de cansancio y una profunda melancolía.
—La verdad —respondió después de unos segundos—. Hace tres días... Usted apareció de la nada en aquella prisión y me salvó.
Su voz tembló ligeramente.
—¿Por qué?
Kagaya no apartó su mirada serena de ella.
—Porque eres inocente —le dijo con una firmeza suave.