CAPITULO 28

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—Esto es una estupidez —dijo—. ¿Es que has perdido el juicio?

—No sé qué quieres decir.

—Tenías una escapada perfecta a la espera. Daphne Greengrass estaba
dispuesta a atribuirse tu culpa.
Y entonces, de repente, la cogió por los hombros y se los apretó con tanta
fuerza que apenas podía respirar.

—¿Por qué no pudiste dejarlo estar, Neville? —le preguntó.

Su tono era apremiante, desesperado, le relampagueaban los ojos. Era el
sentimiento más intenso que Neville había visto en él en toda su vida, y le partió el corazón que estuviera dirigido a él con rabia. Y con vergüenza.

—No podía permitírselo —susurró—. No puedo permitir que se haga pasar por mí.

—¡¿Por qué demonios no?! Neville, no pudo hacer otra cosa que mirarlo fijamente unos segundos.

—Porque… porque…
Se le quebró la voz, pensando cuál sería la mejor manera de explicarlo.
Se le estaba rompiendo el corazón, le habían destrozado su más aterrador y
estimulante secreto, ¿y él creía que tendría la presencia de ánimo para
explicarse?

—Sé que posiblemente es la zorra más maligna…

Neville ahogó una exclamación.

—… que ha producido Inglaterra, al menos en esta generación, pero por
el amor de Dios, Neville —se pasó una mano por el pelo y clavó en Neville una intensa mirada—, se iba a echar encima la culpa…

—El mérito —interrumpió Neville, irritado.

—La culpa —continuó él—. ¿Tienes una idea de lo que te ocurrirá si la
gente descubre quién eres realmente?
A ella se le tensaron las comisuras de los labios, por impaciencia e
irritación ante ese tono de superioridad tan evidente.

—He tenido más de diez años para rumiar esa posibilidad.

—¿Es un sarcasmo eso? —dijo él, entrecerrando los ojos.

—No —ladró Neville—. ¿De veras crees que no me he pasado una buena
parte de estos diez años de mi vida contemplando qué me ocurriría si me
descubrieran? Sería un ciego idiota si no. Él volvió a cogerlo por los hombros, apretándoselos fuertemente, mientras el coche zangoloteaba al pasar por
adoquines irregulares.

—Estarás deshonrado,  Neville, ¡deshonrado! ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Si no lo entendía —replicó Neville—, te aseguro que ahora lo entiendo,
después de tus largas disertaciones sobre el tema cuando acusabas a Genny de ser lady Whistledown.

Él hizo un mal gesto, sin duda molesto porque Neville le echara en cara el
error.

—La gente dejará de hablarte —continuó—. Te harán el vacío…

—Nunca hablan conmigo —ladró Nivelle—. La mitad del tiempo ni siquiera se enteraban de mi presencia. ¿Cómo crees que he podido mantener tanto tiempo el engaño? Era invisible, Theo. Nadie me veía, nadie hablaba conmigo. Yo
estaba simplemente ahí y escuchaba, y nadie se fijaba en mí.

—Eso no es cierto —dijo él, pero desvió la mirada al decirlo.

—Ah, sí que es cierto, y lo sabes. —Lo golpeó en el brazo—. Lo niegas
porque te sientes culpable.

—¡No me siento culpable!

—Vamos, por favor —bufó Neville—. Todo lo que haces, lo haces por
sentimiento de culpa.

—Nev…

—En todo lo que se refiere a mí al menos —enmendó Neville. Tenía la
respiración agitada, la piel le escocía de calor y, por una vez, sentía arder el
alma—. ¿Crees que no sé que tu familia me tiene lástima? ¿Crees que no me he fijado que siempre que estás tú o tus hermanos en la misma fiesta que yo, me sacáis a bailar?

Seduciendo a Mr. Theodore NottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora