—¿Tan pronto? —exclamó ella.
Horrorizado Theo cayó en la cuenta de que había modulado esas mismas
palabras.—Mi abuela quería que volviéramos temprano —dijo Neville.
—¿Sí? —preguntó Hermione, verdaderamente extrañada.
—Sí. Y aparte de eso, no me siento bien.
Hermione asintió lúgubremente.
—Le diré a un lacayo que haga traer nuestro coche.
—No, tú te quedas —dijo Neville, colocándole una mano en el brazo—.
Yo me encargaré de eso.—Yo me encargaré de eso —declaró Theo
La verdad, ¿de qué servía ser un caballero si los omegas insistían en hacer las cosas ellos solos?
Y entonces, antes de darse cuenta de lo que hacía, ya había organizado
la partida de Neville, y él abandonó el escenario sin que Theo alcanzara a
pedirle disculpas.Y por ese solo motivo debería dar por fracasada esa noche, pero dicha
sea la verdad, no lograba decidirse a darla por fracasada. Al fin y al cabo, había pasado casi cinco minutos con la mano de Neville en la de él.Sólo fue al despertar a la mañana siguiente cuando Theo cayó en la
cuenta de que todavía no le había pedido disculpas a Neville. Estrictamente hablando, tal vez ya no fuera necesario hacerlo; aun cuando casi no habían hablado esa noche en el baile de los Macclesfield, tenía la impresión de que habían firmado una especie de tregua tácita. De todos modos, sabía que no sentiría cómodo en su piel mientras no hubiera dicho las palabras «Lo siento».Eso era lo correcto.
Él era un caballero, después de todo.
Además, tenía bastantes ganas de verlo esa mañana. Pasó a desayunar con su familia en la casa Número Cinco. Pero puesto que deseaba volverse directamente a su casa después de ver a Neville, subió en su coche para hacer el trayecto hasta la casa de Mount Street, aun cuando la distancia era tan corta que hacerlo le hacía sentirse absolutamente
perezoso. Sonriendo satisfecho se instaló cómodamente entre los cojines y se dedicó a contemplar la hermosa escena primaveral que iba pasando por la ventanilla. Era uno de de esos días perfectos, en que todo se siente
sencillamente correcto. Brillaba el sol, se sentía extraordinariamente
energizado, y acababa de tomar un excelente desayuno.
La vida no podía ser mejor. Me iba de camino a ver a Neville. Decidió no analizar por qué estaba tan deseoso de verlo; eso era el tipo de cosas en que por lo general a un soltero de treinta y tres años no le gusta
pensar. Simplemente iba a disfrutar del día, del sol, el aire, incluso de la vista de las tres casas delante de las cuales tenía que pasar antes de ver la puerta de Neville. No había nada ni remotamente diferente ni original en ninguna de ellas, pero la mañana estaba tan perfecta que se veían extraordinariamente encantadoras así dispuestas una al lado de la otra, altas y delgadas, majestuosas con su piedra gris de Pórtland.Era un día maravilloso en realidad, cálido y sereno, soleado y tranqui…
Justo en el instante en que empezó a incorporarse le llamó la atención un
movimiento al otro lado de la calle.
Neville. Estaba en la esquina de Mount con Pender, la más alejada, aquella que no era visible a nadie que mirara por la ventana de la casa Longbottom. E iba subiendo a un coche de alquiler.Interesante.
Frunciendo el ceño se dio mentalmente una palmada en la frente. Eso no era interesante; ¿pero qué demonios estaba pensando? No tenía nada de interesante. Podría ser interesante si ella fuera, digamos, un hombre; o si el vehículo en el que acababa de subir fuera uno de la cochera Longbottom y no un destartalado coche de alquiler.
Pero no, ese era Neville, la que sin lugar a dudas no era un hombre, y
además, subió al coche solo, presumiblemente para dirigirse algún lugar nada conveniente, porque si quisiera hacer algo normal y decente iría en un vehículo de la familia. O, mejor aún, iría acompañado por su abuela, una doncella o cualquier otra persona, no solo, maldita sea.

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Seduciendo a Mr. Theodore Nott
FanfictionAbril está casi sobre nosotros, y con ello una nueva temporada social aquí en Londres. Las Madres Ambiciosas pueden ser encontradas en tiendas de vestido, todos a través de la ciudad con sus queridas Debutantes, impacientes por comprar aquel el vest...