CAPITULO 25

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—No lo puedo creer —dijo lady McGonagall, con un fuerte bufido de
disgusto—. Si hubiera soñado que iba a ocurrir esto, jamás habría hecho este maldito desafío.

—Esto es horrible —susurró Neville.

Le tembló la voz, y eso inquietó a Thel.

—¿Te sientes mal? —le preguntó.

Neville asintió.

—Sí, creo que sí. Me siento enfermo, en realidad.

—¿Deseas marcharte?

Neville negó con la cabeza.

—Pero continuaré sentado aquí, si no te importa.

—No, claro —dijo él, mirándolo preocupado. Seguía terriblemente pálido.

—Vamos, por el amor de…
Lady McGonagall soltó una blasfemia que cogió por sorpresa a Theo, pero
luego añadió otras maldiciones, que le hicieron pensar que muy bien podrían haber cambiado la inclinación del eje del planeta.

—¿Lady McGonagall? —dijo, boquiabierto.

—Viene hacia aquí —masculló ella, girando la cabeza hacia la derecha—.
Tendría que haber supuesto que no podría escapar.

Theo miró a la izquierda. Daphne venía abriéndose paso por entre el
gentío, seguro que con la intención de llegar hasta lady McGonagall para recoger el premio. Naturalmente a cada paso la abordaban diversos fiesteros. Ella parecía disfrutar con la atención, pero también se veía resuelta a continuar su
camino hasta lady McGonagall.

—No hay manera de eludirla, me parece —le dijo Theo a lady McGonagall.

—Lo sé —gimió ella—. Llevo años intentando evitarla y nunca lo he
conseguido. Yo que me creía tan lista.

—Lo miró, moviendo la cabeza
disgustada—. Pensé que sería muy divertido descubrir la identidad de la
identidad de lady Whistledown.

—Eh…, bueno, ha sido divertido —dijo él, aunque no lo decía en serio.

Lady McGonagall le golpeó la pierna con el bastón.

—Esto no tiene nada de divertido, niño tonto. Fíjate lo que tengo que
hacer ahora. —Agitó el bastón hacia Daphne, que ya estaba bastante cerca—. Jamás soñé que tendría que tratar con una mujer de su calaña.

—Lady McGonagall—dijo Daphne, deteniéndose ante ella con un frufrú de faldas—. Cuánto me alegra verla.
Lady McGonagall jamás había tenido fama de decir cosas simpáticas, pero
en ese momento se superó a sí misma; ni siquiera fingió alguna forma de
saludo.

—Supongo que ha venido aquí con el fin de recoger el dinero —ladró.

Daphne ladeó la cabeza de un modo muy mono, muy practicado.

—Usted dijo que le daría mil libras a quienquiera que desenmascarara a
lady Whistledown —señaló. Se encogió de hombros, levantó las manos, las giró y unió las palmas en un gesto de falsa humildad—. En ningún momento estipuló que no podía desenmascararme yo misma.

Lady  McGonagall se levantó y la miró con los ojos entrecerrados.

—No creo que sea usted.

Theo se tenía por bastante cortés e imperturbable, pero incluso él ahogó
una exclamación ante eso.
A Daphne le relampaguearon de furia los ojos azules, pero rápidamente
dominó sus emociones y dijo:

—Me sorprendería si no se comportara con un cierto grado de
escepticismo, lady McGonagall. Después de todo no está en su naturaleza ser
confiada y afable.

Seduciendo a Mr. Theodore NottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora