Hace 1 año

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RYKER

La noticia me cayó como un balde con cubos de hielo. No como agua helada que entumece la piel, sino como un golpe brutal que atraviesa los huesos y se instala en lo más profundo del pecho. Algo que nunca vi venir. Algo para lo que nadie jamás está preparado.

El sonido de mi teléfono sonar interrumpiendo la reproducción de la música que había puesto de fondo para pintar. Me tomó unos segundos darme cuenta de que era mi padre. No llamaba a menos que fuera importante. Algo dentro de mí se tensó cuando deslicé el dedo por la pantalla y llevé el teléfono al oído.

—¿Papá?

—Ryker —su voz no era la de siempre. Era ronca, apagada, quebrada en los bordes—. Hijo...

Algo dentro de mí se tensó. Algo primitivo, instintivo.

—Papá... ¿qué pasa?

—Es... es tu madre.

El tiempo se detuvo.

Me enderecé en la silla, con el pecho tan tenso que dolía respirar.

—¿Qué pasa con mamá?

No respondió.

Pero no porque no quisiera, sino porque no podía.

Podía escucharlo intentando encontrar las palabras, luchando con ellas, tragándose lo que fuera que estaba sintiendo.

—Papá... —mi propia voz se quebró.

Él soltó un suspiro entrecortado, y lo siguiente que escuché fue su llanto.

Mi padre... llorando.

Lo que sea que estuviera por decir, ya lo sabía. Lo supe antes de que sus labios lo formaran, antes de que el peso de la realidad terminara de desplomarse sobre mí.

—Ella... ella se fue, Ryker.

Dos simples palabras. Dos palabras que hicieron que mi estómago se encogiera, que mi piel se helara, que el mundo entero se sintiera de repente demasiado pequeño.

Me quedé en blanco. Como si mi cerebro se negara a procesarlo.

—No —susurré, sin darme cuenta de que estaba hablando—. No, papá, no...

—Lo intentaron, hijo... pero... —su voz se apagó un momento—. Fue un infarto cerebral. Fulminante. No... no hubo nada que hacer.

Nada que hacer.

Las paredes a mi alrededor se distorsionaron.

El teléfono comenzó a pesarme en la mano, como si de pronto ya no pudiera sostenerlo.

—No... —sacudí la cabeza, como si eso pudiera cambiar algo, como si con solo negarlo pudiera hacer que todo volviera atrás—. No, papá, mamá estaba bien esta mañana.

—Lo sé... —murmuró él, pero su voz apenas era un hilo—. Yo también la vi...

Esa imagen me golpeó con más fuerza que cualquier otra. Mi padre mirándola por última vez sin saber que sería la última. Viéndola reír, tal vez, viéndola moverse con esa energía con la que siempre hacía todo.

Y ahora... ahora ya no.

La idea me heló hasta los huesos.

No iba a volver a escuchar su risa. No iba a ver su sonrisa iluminar la casa. No iba a sentir sus manos en mi cabello o su perfume en su ropa cuando me abrazaba.

Mamá... mi mamá... se había ido.

No sé cuándo empecé a llorar.

No sé en qué momento mi respiración se volvió errática o cuándo mi cuerpo dejó de responderme.

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