CAPITULO 20

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Y él no supo qué decir, porque lo que había comenzado a decir era «No
te besé por lástima». Si quería que Neville lo supiera, si quería convencerse de eso, eso sólo podía significar que ansiaba la buena opinión de Neville, y eso sólo
podía significar...

-Tengo que irme -soltó, ya desesperado, como si salir de la sala fuera la única manera de impedir que sus pensamientos siguieran ese camino tan peligroso. Continuó hasta la puerta, esperando que Neville dijera algo, que lo llamara.

Pero Neville no dijo nada.

Y él se marchó.

Y nunca jamás se había odiado tanto.
Theo ya estaba de un humor de perros cuando se presentó el lacayo a su puerta con un mensaje de su madre de que fuera a verla. Después, su mal humor no mejoró.

Maldición. Iba a reanudar el ataque para casarlo. Sus llamadas siempre
tenían que ver con casarlo. Y no estaba de ánimo para eso en esos momentos.

Pero era su madre. Y él la quería. Y eso significaba que no podía
desentenderse de ella. Así que con considerables gruñidos y una buena sarta de palabrotas intercaladas, fue a su dormitorio a ponerse las botas y la
chaqueta y salió al corredor.

Estaba viviendo en Bloomsbury, que no era el barrio más elegante de la
ciudad para un miembro de la aristocracia, aunque Bedford Square, donde estaba la casa pequeña pero elegante que había alquilado, era un domicilio digno y respetable.

Le gustaba bastante vivir en Bloomsbury, donde sus vecinos eran
médicos, abogados, eruditos y personas que realmente hacían cosas distintas se asistir a fiesta tras fiesta. No cambiaría su patrimonio por una vida en un oficio o empleo, al fin y al cabo era muy agradable ser un Nott, pero encontraba estimulante observar a los profesionales en sus actividades diarias, los abogados dirigiéndose al sector este al Colegio de Abogados, y los médicos
al sector noroeste, a Pórtland Place.

Le sería muy fácil coger su coche para atravesar la ciudad; sólo hacía una
hora que lo había llevado a las caballerizas, a su regreso de la casa de los Longbottom. Pero sentía una fuerte necesidad de tomar aire fresco, y como no, el perverso deseo de recurrir al medio más lento para llegar a la casa Número Cinco.

Si su madre pretendía soltarle otro sermón sobre las virtudes del
matrimonio, seguido por una larga disertación sobre los atributos de cada una de las señoritas y omegas convenientes para esposa de Londres, bien podía pasar su maldito tiempo esperándolo.

Cerró los ojos y emitió un gemido. Su malhumor tenía que ser peor de lo
que había imaginado si soltaba maldiciones al pensar en su madre, a la que quería y tenía en la más alta estima (como todos los Nott).

Todo era culpa de Neville.

No, la culpa era de Genny, pensó, haciendo rechinar los dientes. Mejor
echarle la culpa a una hermana.
No, gimió, sentándose en el sillón de su escritorio, la culpa era de él. Si
estaba de mal humor, si estaba dispuesto a arrancarle la cabeza a alguien con sus manos, era culpa suya, y sólo suya.

No debería haber besado a Neville.

Qué más daba que hubiera
deseado besarlo, aun cuando sólo se hubiera dado cuenta de eso cuando él lo dijo. De todos modos no debería haberlo besado.

Aunque, pensándolo bien, no sabía por qué no debería haberla besado.
Se levantó, fue hasta la ventana y apoyó la frente en el cristal. Bedford
Square se veía tranquila, sólo andaban unos cuantos hombres por la acera.

Parecían trabajadores, probablemente de las obras de construcción del nuevo
museo que estaban erigiendo delante, en el lado este. (Por eso él había
alquilado una casa del lado oeste de la plaza, pues las obras de construcción
podrían ser muy ruidosas.)
Desvió la mirada a la parte norte, hacia la estatua de Charles James Fox.
Ése sí que fue un hombre con una finalidad. Dirigió a los Whigs durante años.

Seduciendo a Mr. Theodore NottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora