Hace 3 años

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RYKER

Gia había crecido. Ya no era la misma niña de antes, ya no usaba moños ni ganchos de colores en el cabello. Ahora prefería llevarlo suelto o recogido en una coleta desalineada, como si no le importara demasiado, pero a mí me parecía que incluso en su descuido había algo fascinante.

Desde que tengo memoria, siempre fue hermosa. De bebé, con sus mejillas redondas y esos enormes ojos curiosos que parecían devorar el mundo. Pero con los años, su belleza dejó de ser solo tierna y se convirtió en algo imposible de ignorar.

Me descubría mirándola más de la cuenta. En los pequeños gestos que antes no me parecían nada especial, ahora encontraba algo hipnótico. La forma en que inclinaba la cabeza cuando pensaba, cómo fruncía apenas los labios cuando se concentraba, o la naturalidad con la que pasaba los dedos por su cabello, sin ser consciente de lo mucho que me costaba apartar la mirada.

No sé en qué momento exacto dejó de ser solo Gia para convertirse en algo más en mi cabeza. Pero lo hizo. Y cada día que pasaba, me resultaba más difícil ignorarlo.

Siempre había pasado mucho tiempo en casa y mi madre le había dado su propia habitación, tanto a ella como a Miles. Los días que estaba en casa me levantaba temprano para verla, me gustaba reírme de ella que todavía seguía media dormida y se ensuciaba la cara con la avena.

Era adorable.

Por las tardes iba a jugar basquetbol con mis amigos al parque de atrás de mi casa. Me había salido del equipo hace dos años cuando supe que mi camino era el arte y no persiguiendo un balón. Pero me gustaba aún distraerme un poco junto con Miles.

El alcohol quemaba mi garganta, pero no lo suficiente como para apagar el revoltijo de pensamientos en mi cabeza. Esta noche había bebido un poco, eso creo.

Apoyé el codo en la barra y giré el vaso entre mis dedos, observando cómo el líquido ámbar se deslizaba por el cristal. Miles estaba a mi lado, bebiendo a su propio ritmo, sin prisa, como si estuviera esperando a que hablara primero.

—Estoy jodido —solté de golpe, sin mirarlo.

Escuché su risa breve y nasal antes de que tomara un sorbo de su cerveza. —No es novedad. Pero cuéntame, ¿esta vez por qué?

Pasé una mano por mi rostro y suspiré. No debería estar diciéndole esto. Ni siquiera debería estar pensándolo. Pero el alcohol tenía la maldita costumbre de soltarme la lengua.

—Tu hermana —dije, y su nombre me supo a confesión en la boca.

Miles se tensó apenas un segundo, pero fue suficiente para que lo notara. Bajó la botella y me miró con los ojos entrecerrados, como si esperara que siguiera hablando, como si estuviera dándome la oportunidad de retractarme. Pero no había vuelta atrás.

—¿Tiene algo?

—No puedo sacármela de la cabeza —admití en un susurro áspero—. No sé en qué momento pasó, Miles, pero la veo y... me vuela la cabeza. Me atrapa de una forma que no debería.

El silencio entre nosotros se alargó. Miles exhaló pesadamente y dejó la botella sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.

—Ryker... —murmuró, arrastrando mi nombre como si estuviera buscando la forma correcta de decir lo que venía después—. Dime que no estás hablando de lo que creo que estás hablando.

—Miles, sabes que me importa, y eso de que quieres creer que la veo como una hermana ya está enterrado. Creo que siempre la he amado —solté con amargura, pasándome una mano por el cabello

—Ryker, ya te he dicho que no te acerques a ella, es mi hermana, y tú eres mi mejor amigo. —Miles negó con la cabeza, apoyando los codos sobre sus rodillas. —Mi cabeza no puede verlos juntos, no se crea una imagen. —Se sirvió otro poco de licor. —Tienes que sacártela de la cabeza, Ryker. No puedes...

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