Capítulo final.

4.2K 375 123
                                    

Noah


—¡Ah! —me quejo—. ¡Mochi, me duele!

—Lo siento, lo siento, me dejé llevar.

Lucía está toda la mañana tronando sus dedos, está más nerviosa que yo, y ahora que vamos en el taxi sigue igual de nerviosa, así que le presto mi mano.

Me apoyo en su hombro.

—No importa, estás más nerviosa que yo —llevó mis manos a sus labios, repartiendo besos en mi dorso.

—Más que nerviosa estoy entre alegre y triste. Cuatro años no es poco tiempo.

Rememoro cada momento de las últimas semanas.

Aunque no lo diga ni lo demuestre, quiero retroceder el tiempo o detenerlo para poder estar unos días más con ella; el tiempo ha sido demasiado rápido.

Salimos a cientos de lugares, incluso hacemos un pequeño viaje, compartimos risas, anhelos, sueños y la esperanza de volvernos a ver muy pronto.

Aunque, como dijo Mochi, cuatro años no es poco tiempo.

Lucía, que parece ser fría, no es más que un conejito cuando se trata de mí; no puede ni negarme un beso si yo se lo pido, no puede negarme nada.

El taxi para; sé que ese será el último camino que recorreremos juntas hasta dentro de un buen tiempo.

Tan amable como siempre, Mochi me abre la puerta y me ayuda con mi maleta; lo único que me deja cargar es la guitarra.

Sonrío recordando los chistes con doble sentido que le hice cuando me enseñó a tocar; es una muy buena maestra y realmente domina bien las manos.

Respiro el aromatizante a lavanda que tiene el aeropuerto; es mi primera vez aquí, y será mi primer vuelo. Mamá y los demás seguramente ya están dentro.

No puedo evitar dar una vuelta para ver todo lo que me rodea; se ve tan grande, este es un paso más para cumplir mis sueños.

Hay pocas personas, cada una con un destino distinto; me imagino a cada una con una historia diferente, es tan emocionante…

—Noah, es por allá —veo a todas las personas que, extrañamente, he conocido un poco más desde que Lucía llegó a mi vida.

Sus amigos se han hecho los míos, sus padres me siguen amando aunque ahora no sea Miguel con quien esté; recordar que antes era él con quien me emparejaban me da risa. Nataly, o como a Lucía le gusta llamarla, Spider-Man, es graciosa, pero no se lo diré.

Miguel, que antes pretendía estar conmigo, ahora apoya a su hermana; una parte de mí se alegra al ver a Sofía entre ellos. Dejo mi guitarra al lado de mi maleta.

Mi madre viene a abrazarme; así comienzan las despedidas.

—Te deseo lo mejor, hija, tú puedes, nunca dudes de eso —quién diría que mi padre es el único que evita que mi madre y yo formemos un lazo más fuerte. Sus lágrimas me dan ganas de llorar también.

—Gracias, mamá, te quiero —su sonrisa es la más grande que alguna vez haya visto; se siente bien saber que mi madre ahora tendrá tiempo para ella. Porque, de manera curiosa, he descubierto que a mi madre le encanta el reportaje.

Claro que la alentamos a que lo retome; no solo le encanta, ella tiene una licenciatura en comunicación y periodismo, cosa que dejó de lado cuando conoció a mi padre.

Sé que no debería comparar a Lucía y a mi padre porque ni siquiera deberían estar en la misma oración, pero… te das cuenta de que la persona que te ama no te pide que renuncies a tus sueños, no te dice que lo dejes de lado por él o ella. La persona que te ama te motiva a seguirlos, y está ahí en cada caída, en cada momento; no es un obstáculo para tus sueños ni te retiene, sino que te motiva e incluso ayuda a seguir con ellos.

Lucía es la definición de ese amor que todas las personas se merecen, un amor bonito, sano, que te apoya en todo momento, que te impulsa a cumplir todas tus metas. Y no es que dejes de lado a tu pareja y te vayas a cumplir tus sueños, no, ¿por qué hacer eso cuando puedes ponerla en ellos? Sí, Lucía está en todos mis sueños, en todos mis planes, Lucía está en mi futuro.

—Esperamos que te vaya bien, Noah, muchas felicidades otra vez —los padres de Lucía son una bendición, y espero recompensarlos algún día.

—Noah, te quiero, demasiado, y al igual que yo, nunca te rindas con lo que amas, espero que cuando nos volvamos a ver seas una cantante famosa que me ayude a montar una clínica clandestina de cirug… ¡Auch! —Sofía le da un golpe en la cabeza a Miguel, extraño verlos de esa forma.

—Noah… — Sofía no me ve a los ojos y está bien, porque podría ponerme a llorar.—Suerte, aunque no la necesitas, ¿nos vemos en unos años?

La extraño…

—En unos años —sonrio.

No es tiempo aún, pero ojalá en un futuro nos volvamos a encontrar.

—¡Mi turno! Pequeña amarra mayores —me he acostumbrado a los chistes raros de Jean—. Cat y yo cuidaremos a Lucifer, no vaya a ser que se vaya al infierno.

—Jean, cállate. Noah, me dio gusto conocerte y saber que eres la única que logró domar a Lucifer, éxitos —ambos me dan un leve abrazo.

—Bueno, Cat y yo iremos a despedir a mi hermana, también se va a estudiar —mira a Lucía—. Mi hermana quiere hablar contigo, así que después de despedirte de tu amor, ven a despedirte de ella.

Lucía asiente.

—Noah, eres una chica increíble al igual que Lucía, son tan lindas, espero algún día tener un amor tan bonito como el suyo —Nataly me abraza también—. Y tranquila, no te robaré a tu novia.

Me sonrojo. ¿Cómo se ha enterado ella de que estoy celosa cada que las veo tan juntas?

—Por cierto… si hacen lo de la clínica clandestina yo me apunt… ¡Ay! —Lucía es quien la golpea, haciéndome reír. Es claro que aquella idea de Miguel seguramente se la dijo ella.

—Bueno. Las dejamos para que puedan despedirse, las estaré vigilando —mi madre se aleja con los demás haciendo un gesto de que sus ojos estarán sobre nosotras.

Ahora viene la parte más difícil…

—Entonces… —su mirada busca la mía; me propongo memorizar cada detalle del color de sus ojos, cada facción, su sonrisa, el movimiento de su cabello que casi siempre suele hacer.

—No te despidas —me cuelgo de ella; sus manos van a mi cintura, poniéndome ligeramente nerviosa—. No te despidas porque quiero estar contigo toda mi vida, esto solo será temporal, ¿lo recuerdas?

Ella sonríe. Busca algo en sus bolsillos.

—Cierra los ojos —no dudo en hacerlo—. Bien, ya puedes abrirlos.

Algo brillante resalta; es una cadenita con un… ¿anillo?

—Es un anillo de promesa, en realidad no sé si sirven para esto, pero le daré un significado diferente —bajo mis brazos, me doy la vuelta dejando que me ponga aquella cadenita—. Prometo que el día que nos volvamos a ver, cambiaré este por uno de compromiso para casarnos. Quiero que lo lleves así, porque podré estar cerca de tu corazón. Quiero que en cada latido tengas presente que pronto nos volveremos a ver. Cuando te sientas triste, afligida, cansada, feliz o lo que sea, mira la promesa que te estoy haciendo, te amo, y te prometo que si te desenamoras de mí en este tiempo, volveré a enamorarte.

Me doy la vuelta y esta vez salto encima de ella, enredando mis piernas en su cintura; con mucha facilidad ella pone sus manos en mi espalda baja, me encanta que sea tan respetuosa.

Si mi madre está viendo esto, seguramente ya se desmayó.

—Siempre serás tú, Lucía, solo podría enamorarme de ti, una y otra vez, en esta y mil vidas.

—¿Qué clase de brujería me has hecho? —reímos, y el cierre perfecto…

Sus labios se posan sobre los míos; tienen el sabor a fresa, no quiero separarme, quiero que el tiempo pare, solo unos segundos más.

Siento la calidez de su piel contra la mía, la familiaridad reconfortante de su abrazo. Sus manos, que siempre han sido cálidas y protectoras, acarician mi rostro con una ternura infinita, como si quisieran grabar cada detalle de mi expresión en su memoria. Sus ojos, llenos de una tristeza que refleja la mía, se clavan en los míos, transmitiendo un torrente de emociones que no necesitan palabras. En ese instante, el mundo entero se desvanece; solo quedamos nosotras dos.

—Ve, vas a perder tu vuelo —una lágrima se desliza sobre mi mejilla, y un sollozo suave escapa—. Te amo.

—Dilo cuando me pidas matrimonio —aunque parezca una broma, se lo digo en serio—. Te amo.

Me bajo, tomo mi maleta y mi guitarra; ella sonríe, se hace la fuerte, sus ojos están llorosos; me doy la vuelta, el primer paso es doloroso, el segundo dice que un beso más no haría daño, el tercero espera que ella corra hacia mí para dármelo.

Giro al sentir sus pasos; al final, ella siempre me complace.

El beso es lento, profundo, un adiós silencioso que resuena más fuerte que cualquier grito. Cada segundo se estira, se convierte en una eternidad, mientras nuestros labios se entrelazan, intercambiando un último susurro de amor, de promesas y de recuerdos imborrables. Es un beso que contiene la alegría de lo vivido, el dolor de la despedida y la esperanza de un futuro. Cuando finalmente nos separamos, siento un vacío inmenso, pero también la certeza de que ese beso quedará grabado para siempre en mi corazón.

Mi respiración se agita, mi corazón pide no alejarse.

—Cuatro años. Llámame cuando me necesites —asiento aún cerca de sus labios.

Ella se aleja; sé que si vuelvo a dar la vuelta no resistiría mucho, así que me obligo a no hacerlo, toco el anillo del collar, sujetándolo con fuerza.

Lucía

Veo cómo el avión se aleja, un nudo en la garganta, una mezcla de dolor y felicidad tan intensa que me hace sonreír entre lágrimas. Es una despedida, sí, pero también el comienzo de algo nuevo, algo grande para Noah. Y esa idea, esa esperanza, me llena de una alegría profunda, casi dolorosa en su intensidad.

Noah… cuando te conocí, jamás pensé que me enamoraría. Nunca antes había sentido esto, fue algo completamente nuevo, inesperado. Mi corazón te estaba esperando. Me hiciste bien, de verdad. Quizás no te diste cuenta, pero me diste fuerzas en momentos de miedo, fuiste mi luz en la oscuridad, la luna que me guiaba en la noche. Y aunque no lo parezca, es gracias a ti que sigo persiguiendo mi sueño. Gracias por todo, Noah. No lo sabes, pero eres mi ángel.

Pienso en cada momento que compartimos, en cada risa, cada abrazo, cada mirada cómplice. Recuerdo la primera vez que nos vimos, la primera vez que hablamos, la primera vez que sus manos tocaron las mías. Y aunque la distancia nos separa ahora, sé que ese amor sigue vivo, latente, esperando el momento de reunirse de nuevo. Sé que nuestra historia no ha terminado, que solo es un capítulo más en un largo y hermoso libro. Y esa certeza, esa fe inquebrantable, es lo que me da la fuerza para seguir adelante, para sonreír a pesar del dolor, para esperar con impaciencia nuestro reencuentro. Porque tú, Noah, eres más que un amor, eres mi hogar.

Noah

A veces, sin darnos cuenta, llegan personas a nuestras vidas que se convierten en ángeles. No llevan alas, pero tienen un poder especial. Aparecen cuando menos lo esperamos, en esos momentos en los que nos sentimos perdidos, como si estuviéramos en un infierno personal. Estas personas nos rescatan de la oscuridad, nos dan la fuerza que nos falta para seguir adelante, nos ayudan a creer en nosotros mismos y a perseguir nuestros sueños. Nos muestran que hay luz, incluso en los momentos más oscuros. Ella, por ejemplo, es mi ángel. Aunque ahora no esté a mi lado físicamente, la siento cerca, en el latido de mi corazón, en la calidez de un recuerdo. Su presencia me acompaña, me da paz y me llena de esperanza.

Ella es la confirmación de que el amor verdadero existe, que no es solo una fantasía de cuentos, sino una realidad palpable. Nos recuerda que merecemos ser amados de verdad, que merecemos un amor que nos abrace, nos apoye, nos inspire y nos haga sentir completos. Un amor que se manifiesta en gestos pequeños y grandes, en palabras y silencios, en miradas y sonrisas.

Te amo, mi ángel.

Te amo Lucía

Fin

Mi Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora