"Just for You"
Cuando las deudas empujan a Yoon-Ah, a los letales Juegos del Calamar, jamás imagina que su lucha por sobrevivir despertará los sentimientos más oscuros del líder, el misterioso Jugador 001.
Frío, poderoso y obsesivamente protector, é...
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Yoon-Ah
In-ho y yo estábamos en la habitación, a punto de dormir. El ambiente se sentía cálido, íntimo, pero había algo en el aire... algo que yo no lograba definir del todo. Me encontraba sentada al borde de la cama, descalza, con el cabello todavía húmedo por la ducha, mientras él, apoyado contra el cabecero, me observaba en silencio. Sus ojos oscuros, intensos como siempre, parecían recorrer cada detalle de mi rostro, como si estuviera memorizando cada centímetro de mi piel.
Cuando se inclinó hacia mí, su boca atrapó la mía en un beso lento, profundo y demandante, como un silencioso agradecimiento por todo lo que había sucedido ese día... y quizás también, como una súplica muda para que nada entre nosotros cambiara.
Podía sentir el calor de sus manos: una en mi nuca, firme pero delicada, y la otra aferrándose a mi cintura, como si temiera que fuera a desaparecer. El roce de sus labios era cálido, reconfortante, pero también había algo más... una necesidad latente, casi desesperada.
Cuando finalmente nos separamos, sus ojos volvieron a fijarse en los míos, oscuros y brillantes, y su voz, aunque aún ronca por el deseo contenido, se volvió más suave, casi cautelosa.
—¿Cómo te fue? —preguntó, su tono aparentemente casual, pero yo conocía demasiado bien ese matiz inquisitivo.
Mi corazón dio un pequeño salto. ¿Cómo me fue...? Podía sentir el calor residual de sus labios, pero el repentino cambio de tema me hizo tensarme ligeramente.
—¿En dónde? —Fruncí el ceño, intentando sonar indiferente, aunque sabía exactamente a qué se refería.
In-ho dejó escapar una breve risa baja, como si hubiera notado mi desconcierto.
—En la tarde, amor. —Su sonrisa era leve, pero sus ojos... sus ojos no sonreían.
La tarde. La librería. Jun-ho.
El peso de la culpa se instaló en mi pecho antes de que pudiera evitarlo, como una piedra fría y densa. No había hecho nada malo, y aun así... sentía como si hubiera cruzado una línea invisible.
—Bien... —respondí, pero mi voz salió más baja de lo que esperaba.
El cambio no pasó desapercibido para él. Su mirada se volvió más intensa, más aguda, examinando mi expresión con esa precisión quirúrgica que siempre parecía poseer cuando se trataba de mí.
—¿Sí? —arqueó ligeramente una ceja, un gesto sutil, pero que dejaba claro que estaba esperando algo más.
Asentí, desviando la mirada por un segundo, un error que lamenté de inmediato.
—¿Dónde fuiste? —preguntó, su tono aún tranquilo, pero ahora había algo más ahí, algo velado, como la calma antes de la tormenta.
Me levanté suavemente de la cama, deshaciéndome de su agarre con delicadeza, y salí del cuarto en dirección a la cocina. Más por necesidad de poner algo de distancia que por sed real.