🖌 23. Crisis de arte

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La mañana siguiente a la fiesta me desperté tarde. Por suerte, era fin de semana, así que la preocupación se esfumó en cuanto abrí los ojos. Me estiré perezosamente en la cama y miré a mi alrededor. Ryker no estaba.

Sobre la mesita de noche, encontré una servilleta con su inconfundible caligrafía inclinada:

"Estaré fuera unas horas. Te dejé el desayuno listo; si se ha enfriado, usa el microondas. PD: No explotes la cocina."

Rodé los ojos y solté una risa silenciosa antes de levantarme. Era típico de él.

Los días siguientes fueron parecidos. Apenas lo veía en casa. Se iba temprano y regresaba justo a la hora del almuerzo, solo para preparar la comida y desaparecer de nuevo en su estudio. No tardé en notar que cada vez que lo veía, su ropa, sus manos e incluso su cabello rubio estaban manchados de pintura. Había días en los que su rostro parecía una obra abstracta con colores dispersos en sus mejillas y la frente.

No pregunté. No porque no me carcomiera la curiosidad, sino porque estaba segura de que, si lo hacía, solo recibiría una respuesta vaga o una broma para desviar el tema. Tal vez era por trabajo, o tal vez simplemente quería mantenerse ocupado para no verme demasiado.

Las cajas de pintura y los lienzos de tamaños descomunales llegaban uno tras otro. No tenía idea de qué estaba creando, pero sí sabía que se encerraba en su estudio con seguro puesto, aislándose del mundo. A veces, mientras almorzábamos, notaba que sus dedos aún estaban manchados de colores, incluso después de intentar limpiarlos. Era como si su arte se estuviera apoderando de él por completo.

Su actitud, en cambio, no había cambiado. Seguía fastidiándome con sus bromas, llevándome al límite de mi paciencia con su humor sarcástico. Aunque, por extraño que pareciera, su gato parecía tener más consideración que él. Lo seguía por toda la casa con devoción, pero cuando se cansaba de la indiferencia de su dueño, buscaba refugio en mi habitación. Se acurrucaba junto a mí como si me estuviera consolando de algo que ni siquiera entendía del todo.

Y así pasaban los días: él con su pintura, yo con mi silencio, y Pipo... bueno, el gato parecía ser el único capaz de moverse entre los dos sin dificultad.

Una tarde, después de otra comida rápida en la que Ryker se burló de mi forma de comer y yo le lancé una servilleta a la cara, subió a su estudio como de costumbre.

Yo me quedé en la sala, haciendo la tarea, hasta que decidí levantarme por un vaso de agua.

Fue entonces cuando lo escuché.

Su voz provenía del pasillo, justo detrás de la puerta entreabierta del patio de su casa.

—Va a ser increíble, en serio. —Sonaba emocionado, más de lo que lo había visto en días—. Siempre lo soñé así, y ahora por fin va a pasar.

Me detuve en seco, sintiendo que algo en mi estómago se encogía.

—No, claro que no. —Se rio suavemente—. Estoy seguro de que te va a encantar.

Fruncí el ceño.

¿Con quién estaba hablando?

No escuchaba la otra voz, pero por el tono en el que Ryker hablaba, sonaba como si se tratara de una chica.

—Confía en mí, va a ser una noche perfecta.

Sentí un nudo apretarse en mi pecho. No tenía sentido, pero ahí estaba.

No tenía por qué importarme. No tenía por qué sentir ese pequeño y estúpido vacío en el estómago. Pero la idea de que Ryker estuviera emocionado por una "noche perfecta" con otra persona me provocó un cosquilleo molesto en el pecho.

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