Bajé las escaleras con el ceño fruncido, frotándome los ojos para despejar el sueño de la noche anterior. Apenas di un par de pasos en la sala cuando la vi. Deena estaba sentada en el sillón con una taza de café entre las manos, su postura impecable como siempre, como si su mera existencia fuera un recordatorio de que yo no encajaba en esta casa.
—Vaya, sigues aquí —soltó con una sonrisa ladeada, más burla que cortesía.
Me detuve en seco. No era la primera vez que me lanzaba un comentario así, pero eso no hacía que doliera menos.
—Buenos días —murmuré, intentando pasar de largo hacia la cocina.
—Buenos para algunos, supongo —respondió, con un suspiro exagerado—. No puedo imaginar cómo debe sentirse despertar sabiendo que lo único que te mantiene aquí es la lástima de los demás.
Mi garganta se cerró. Me obligué a no reaccionar, a no darle la satisfacción de ver cuánto me afectaban sus palabras. Pero ella no se detuvo.
—Por cierto, estuve observando a Ryker. Es un chico interesante. Me pregunto qué ve en ti.
Mi corazón dio un vuelco, pero mantuve el rostro inexpresivo. No le daría el placer de ver mi inseguridad desmoronarse frente a ella.
—¿A qué te refieres? ¿Y cómo sabes de él?
—Bueno, vino a casa ese día, le pregunté a tu padre quién era y ahora me pregunto ¿qué ve en ti? Porque está claro que salen, puedo ver desde la ventana de arriba como te recoge todos los días de casa o tu vas a su casa todas las mañanas.
¿Por qué se metía en dónde no la llamaban?
—Tal vez le gusta lo que soy.
Deena rió, un sonido bajo y cruel.
—¿Y qué eres exactamente? —susurró—. Una sombra, un error del pasado de mi esposo, una molestia con la que tengo que lidiar todos los días.
Cada palabra era un dardo envenenado. Me dolían, quemaban, pero lo peor fue la forma en que su expresión se tornó fría y despectiva cuando agregó:
—No te soporto, Gia. Ojalá nunca hubieras nacido.
Sentí un nudo en la garganta, pero lo que dijo después fue lo que realmente me hizo temblar.
—El mundo sería mucho mejor si simplemente desaparecieras.
La taza en su mano se posó con calma en la mesa, como si acabara de decir el comentario más trivial del mundo. Como si no acabara de desearme la muerte.
Mis manos temblaban. Por más que intenté mantener la compostura, sentí cómo el aire se me atascaba en la garganta, sofocándome.
—¿Qué dijiste? —mi voz salió más baja de lo que quería, pero ella lo escuchó perfectamente.
Deena esbozó una sonrisa satisfecha y se inclinó ligeramente hacia adelante, como si estuviera disfrutando de cada segundo de mi reacción.
—No me hagas repetirlo —respondió con falsa dulzura—. Sabes exactamente lo que dije.
La sangre me hervía. Apreté los puños a los costados, mis uñas clavándose en las palmas de mis manos mientras intentaba contener la furia que me invadía.
—¿Cuál es tu problema conmigo? —espeté, mi voz finalmente encontrando firmeza—. ¿Qué te hice para que me odies tanto?
—Existir —contestó sin titubear.
La respuesta me golpeó como un puñetazo en el estómago.
—Eres un recordatorio constante de la mujer que estuvo antes que yo. De lo que mi esposo compartió con alguien más antes de encontrar algo mejor. Y lo peor de todo, es que ni siquiera sirves para algo. Solo estás aquí, ocupando espacio.

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Somos Arte
Teen FictionLa vida amorosa de Gia está por los suelos. Descubrió a su novio engañándola con su mejor amiga, y luego de unas largas vacaciones de verano empieza su último año de preparatoria donde tiene que enfrentarse a esta nueva pareja. Así que para demostra...