Capitulo 50: La busqueda desesperada

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In-ho

Al enterarme de que Yoon no estaba en el hospital, mi corazón se detuvo un instante. En la sala de espera del hospital, aún oía el eco de las palabras de los médicos, pero el alivio que se suponía debía invadirme se mezcló con una furia punzante y una preocupación incontenible. Sin dudarlo, abandoné el edificio en un impulso casi irracional. Simplemente corrí hacia la salida, con el rostro aún húmedo de lágrimas, la voz rota por el enojo y la angustia.

Una vez fuera, me subí a mi camioneta con manos temblorosas y aceleré sin mirar atrás. Mientras conducía, mi mente se disparaba en mil direcciones. La carretera se desdibujaba ante mis ojos, y en cada semáforo y cada curva me preguntaba claramente dónde estaría. Era una ciudad tan grande como para encontrarla, y ni siquiera sabía cuando fue que se había ido.

Con el volante firme, recordé las palabras de Alfred, mi viejo amigo, a quien había llamado de inmediato para que me ayudara a recordar los lugares que Yoon-Ah solía visitar en sus momentos que salí. Entre sollozos entrecortados, le ordené con voz firme y casi desafiante:
—Dime, Alfred, ¿cuáles son los sitios que frecuenta? ¡Necesito encontrala ya!
Él me respondió de forma breve, enumerando la librería que tanto amaba, el café de la esquina y, de manera algo imprecisa, un par de rincones en el barrio donde solía pasear cuando necesitaba despejar su mente.

La primera parada fue la librería. Conduje hacia el edificio modesto donde se encontraba ese santuario de palabras y silencios. A mi llegada, mi corazón se aceleró al pensar que, tal vez, ella se hubiera refugiado allí. Recorrí el local, miré entre los estantes y hasta me detuve frente a la pequeña cafetería anexa. Pero el lugar estaba desierto; las luces parpadeaban en soledad, y en cada rincón no encontraba ni un rastro de su presencia. La frustración me invadió, pero el tiempo no me permitía detenerme.

Con un nudo en la garganta, marqué el siguiente número en mi teléfono— Pero mi voz fue tan firme como furiosa al mandar:
—¡Necesito que la busquen ya, en cada rincón de este barrio!
La llamada terminó rápidamente, pero la sensación de vacío se hacía cada vez más insoportable.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en el antiguo apartamento en el que Yoon-Ah había vivido sola. Ese lugar, lleno de recuerdos de sus días de antes y de pequeños refugios en medio del caos, parecía ser un sitio obvio para ella. Seguro estaría en un lugar que la hiciera sentir segura o familiar. Con una mezcla de ira y esperanza, dirigí la camioneta hacia ese edificio. Al llegar, estacioné en seco y bajé, el eco de mis pasos resonando en el pasillo vacío. Entré al apartamento con la certeza de que algo podía haber quedado: una carta, una prenda, algún indicio de que ella había pasado por allí. No había nada, está exactamente igual como la última vez que lo visité.

Pero mientras recorría el lugar, mi mirada se posó en una vieja fotografía en la pared: la imagen de la madre de Yoon-Ah.
En ese instante, algo se hizo en mi mente: la idea de que, en su afán por encontrar consuelo, Yoon-Ah podría haberse dirigido a un sitio en el que la memoria y la paz se fundieran, como solía hacer mi propia madre en sus últimos años.
—Quizás... —pensé, con el alma encogida—, quizá esté en un cementerio.

Sin pensarlo dos veces, tomé el rumbo de un cementerio cercano a donde ella vivía. Mientras conducía por calles menos transitadas. La lluvia ligera, casi imperceptible, mezclaba su frescura con mi desesperación. El volante temblaba en mis manos mientras repasaba en mi mente cada rincón que ella solía amar.
Cada kilómetro recorrido era un martillazo: recordaba las veces en las que, sin palabras, su silencio me decía más que cualquier reproche. Pero ahora, ese silencio se había transformado en ausencia, en un abismo que amenazaba con tragarme.

Al llegar al cementerio, estacioné la camioneta en un pequeño aparcamiento y salí con el ramo de sus flores favoritas aún apretado contra mi pecho. La atmósfera era densa, impregnada de un aire de solemnidad y melancolía. Caminé despacio por los senderos de tierra, sintiendo cada paso como una cuenta en mi propio juicio.
La luz que empezaba del atardecer se colaba entre las ramas, dibujando sombras que parecían bailar al ritmo de mis recuerdos. Me llevé casi todo el día buscándola.

Just for you | Hwang In-ho Donde viven las historias. Descúbrelo ahora