🖌 15. Son las hormonas

14.8K 927 183
                                    

El mundo se redujo a la presión cálida de sus labios sobre los míos. Por un instante, solo un parpadeo en la eternidad, me dejé llevar por el roce de su boca, por la intensidad de su cercanía, por el vértigo de haber cruzado una línea que jamás debí cruzar, otra vez.

Pero entonces, como si un balde de agua helada cayera sobre mí, la realidad se impuso. Me separé de golpe, apenas conteniendo el jadeo de sorpresa que amenazaba con delatarme. Mi corazón latía con fuerza, no por la emoción del momento, sino por el pánico que se instaló en mi pecho al darme cuenta de lo que acababa de hacer.

—No... —murmuré, llevándome los dedos a los labios, como si pudiera borrar el contacto—. Esto... esto fue un error.

Ryker aún tenía una mano en mi mejilla. Sus ojos, ahora más suaves, recorrieron mi rostro con ternura. En lugar de reírse, me dedicó una sonrisa cálida y reconfortante.

—Gia... —Su voz era baja, casi un susurro—. No tienes que huir de esto. No fue un error si los dos lo quisimos.

Parpadeé, confundida por su actitud. Esperaba burla, esperaba su indiferencia, pero, en cambio, encontré comprensión y algo más profundo en su mirada. Su pulgar acarició mi mejilla con delicadeza, y sentí que mi respiración se detenía.

—No lo pienses tanto —continuó.

Mi pecho subía y bajaba con rapidez. Quería discutir, quería encontrar una excusa para negar lo que había pasado, pero lo único que salió de mis labios fue una risa nerviosa.

—Solo fueron las hormonas —dije finalmente, obligándome a desviar la mirada.

Ryker arqueó una ceja, su sonrisa tornándose más divertida.

—¿Las hormonas? —repitió, divertido—. Bueno, si eso te ayuda a justificarlo...

No respondí. No podía. Lo único que sabía era que, por más que intentara convencerse, la calidez de su toque y la intensidad de su mirada seguían grabadas en mi piel.

—Volveré a dormir, pero primero debo volver al baño.

Sentía que iba a vomitar. No sabía que los cambios de humor también iban a afectar mis decisiones y hacer que pase por situaciones como esta.

Me cambié de toalla, esto era una maldita tortura, y mi cabeza era un lío. Hasta me sentía mal por dejarle el baño con papeles de sangre. Cuando salí, me volví a tumbar en su cama. Pipo se volvió a acercar y se acurrucó conmigo. A Ryker le causaba gracia el hecho de que su gato esté más cómodo conmigo en estos momentos.

Me removí en la cama, sintiendo un nuevo calambre, recorrerme el abdomen. Me mordí el labio, conteniendo una mueca de dolor. Ryker se inclinó sobre mí y frunció el ceño.

—¿Te duele mucho? —preguntó con suavidad.

Negué con la cabeza, aunque sabía que mi expresión decía lo contrario. Él suspiró y se levantó de la cama. Lo observé llevarse la bolsa de agua caliente y salir de la habitación. En menos de cinco minutos, volvió con la misma bolsa y la colocó con delicadeza sobre mi vientre.

—Esto te ayudará —murmuró, acomodando las mantas a mi alrededor.

Lo miré sorprendida. No sabía cómo reaccionar ante su ternura. Acarició mi cabello con una delicadeza que me hizo estremecer. Cerré los ojos un instante, disfrutando el contacto, pero luego sacudí la cabeza y me forcé a hablar.

—Solo son las hormonas —susurré, más para convencerme a mí misma que a él.

Ryker sonrió levemente y negó con la cabeza.

—Iré al estudio. Si necesitas algo más o tienes hambre, solo grita mi nombre.

—Gracias —dije avergonzada.

Somos ArteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora