🖌 14. Besos para la princesa

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RYKER

Gia siempre parecía ser una mezcla de caos y calma, un torbellino que podía hacerme reír y desesperarme en cuestión de minutos.

Literalmente salté muchas escaleras y fui por mi auto, apenas me escribió ese mensaje. ¿Qué debía hacer en esas situaciones? Por lo general, mamá se encargaba de ella cuando tenía su periodo.

En la desesperación llamé a su hermano.

—Hola, mal amigo. —Dijo muy tranquilo.

No estaba de humor para sus juegos.

—A tu hermana le ha llegado el periodo, otra vez.

Creo que fue una sorpresa porque se quedó callado unos segundos. Lo mismo me había ocurrido.

—¿Qué? ¿Estás seguro? Gia a veces exagera con las cosas pequeñas, un raspón y cree que se van a salir sus tripas.

—No, hermano, te voy a mandar la captura de su mensaje.

Le envié lo que me había dicho acerca de las toallas ultra hiper super triple mega absorbentes.

—¿Qué le hiciste?

—¿Yo? Nada, no es que sea mi culpa que tenga el periodo.

—Gracias, supongo. Te tomaste en serio lo de cuidar su alimentación. Te debo una, Ryker, en serio.

Ahora me sentía como si hubiera salvado el mundo.

—De nada, pero ¿qué hago?

—Pues ir a una farmacia.

—En eso estoy, no me dio tiempo ni de cambiarme de camiseta, llevo la del pato Lucas, y estoy lleno de pintura.

Oí su risa al otro lado del teléfono.

—Eso es tu karma por meterte con mi hermana. Ahora ve a comprarle toallas, ah, y que sean de las buenas, ella usaba unas grandes. Si encuentras pañales para ancianos, llévale eso.

—No estoy jugando, Miles, es tu hermana la que está muriendo.

—Ya sé, pero te lo digo en serio, mira que el empaque diga para flujo abundante.

Me detuve en la primera farmacia que vi.

—Okey, gracias, te llamaré si necesito consultarte algo.

—Esperaré tu llamada.

Colgó y yo ya estaba corriendo a la sección de toallas. Solo había muchas mujeres comprado muchos colores de empaques que yo veía igual todo.

La llamé y luego de una larga charla con miradas vergonzosas fui a pagar. Recibí su llamada nuevamente y me pidió pastillas. La cajera me pedía registrarme para descuentos.

Apenas me dio el vuelto, volé a mi auto y lo puse en marcha a la escuela. No sé quién estaba más nervioso, si ella o yo.

¿Y si de verdad se estaba desangrando en el baño? ¿Debía llevar algo para cubrirla por si se había manchado? ¿Se le antojaba algo en especial para cocinarle? Casi choco con un auto en la esquina, los semáforos no colaboraban hoy y los minutos se hacían más largos.

Estacioné el auto y la llamé.

—Estoy afuera, ¿ya terminas las clases?

—No, pero me saldré de clases porque ya no puedo con mi vida. Entra y búscame en el baño de chicas, por favor.

Salí del auto con el paquete de toallas y tomé una sudadera del maletero. Entré pareciendo tranquilo y busqué el baño de las chicas. Vi que entraba corriendo y me apresuré.

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