ᴘʀɪᴍᴇʀᴀ ᴍɪꜱɪÓɴ

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La hora había llegado. Kurai se colocó su uniforme de cazadora de demonios por primera vez, el tejido ajustándose perfectamente a su cuerpo pequeño pero firme. Llevaba una capa negra con detalles azules que caía elegantemente por su espalda, dándole un aire decidido y algo majestuoso.

Con paso seguro, se dirigió hacia Okamura, quien la esperaba en el porche con una pequeña sonrisa serena.

—¿Qué te parece? —preguntó él, evaluándola con la mirada.

Kurai se miró a sí misma unos segundos y, como era típico en ella, hizo una ligera mueca.

—Preferiría otro diseño... y otro color también, algo negro o blanco, en vez de marrón.

Okamura no pudo evitar soltar una risa suave.

—Eres una niña difícil de convencer, Kurai.
Le hizo una seña para que se sentara frente a él. La joven cazadora obedeció, acomodándose con elegancia mientras Okamura comenzaba a hablar.

—Escucha bien. Este uniforme está hecho de una fibra especial: liviano, resistente al agua y no inflamable. Lo más importante, las garras y colmillos de un demonio de bajo nivel no podrán atravesarlo.

Kurai asintió, escuchando atentamente cada palabra.

—¿Y sobre la espada negra? —preguntó en tono curioso.

Okamura respiró profundo.

—No se sabe mucho de las espadas negras. Son extremadamente raras, por lo que los portadores de este color han sido casi nulos. Eso llevó a que algunos comenzaran a difundir rumores sobre mala suerte y presagio de muerte. Pero no te preocupes, nadie ha podido confirmar esas tonterías. Además, tu espada no es completamente negra; tiene ese degradado gris en el filo.

Kurai bajó la mirada hacia la empuñadura de su katana, observándola con orgullo y un toque de duda.

—Mi padre decía que todos mis ancestros eran cazadores excepcionales... ¿ellos también portaban espadas del mismo color que el mío?

Okamura asintió lentamente.

—Exactamente. Los Yamamoto eran famosos por sus habilidades y por portar ese color peculiar.

Los ojos de Kurai se iluminaron.

—¿Sabes historias sobre ellos? —preguntó con emoción contenida.

El hombre tardó en responder, como si reviviera recuerdos lejanos.

—Sí, sé muchas. Te las contaré cuando vuelvas.

Kurai sonrió apenas, pero con verdadera emoción. Se levantaron juntos, y ella acomodó la espada en su cinturón, ajustando la correa con determinación. Caminaron hacia la entrada de la casa.

𝕰𝖑 𝖙𝖊𝖗𝖗𝖔𝖗 𝖉𝖊 𝖑𝖔𝖘 𝖉𝖊𝖒𝖔𝖓𝖎𝖔𝖘 || Kyojuro RengokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora