🖌 6. Declaraciones y vestidos

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Cuando regresé al aula, el sonido de las conversaciones se desvaneció casi de inmediato. Cada par de ojos se volvió hacia mí, como si llevara un cartel luminoso encima. Pude sentir las miradas recorriéndome, algunas curiosas, otras cargadas de algo que no podía descifrar del todo: envidia, asombro, o quizás una mezcla incómoda de ambas.

El silencio era pesado, casi ensordecedor. Di un paso hacia mi lugar, intentando ignorarlo, pero el calor en mis mejillas me traicionaba. Justo cuando pensaba que el momento no podía ser más incómodo, alguien soltó un susurro lo suficientemente alto como para que lo escuchara.

—¿Qué pasó allá afuera? —preguntó una chica desde la fila del medio, sus ojos chispeando de interés malicioso.

Hubo una risa contenida desde el fondo del aula, y vi a Darla girar los ojos con un gesto exagerado. Estaba sentada junto a Koen, que parecía estar evitando mi mirada a toda costa, tamborileando los dedos en el escritorio con una tensión evidente.

—Nada que les importe —respondí con un tono más frío de lo que pretendía, mientras tomaba asiento.

Por desgracia, mi intento de cerrar el tema no funcionó. Otra voz, esta vez masculina, se alzó desde la esquina del salón.

—Nada, claro. Por eso saliste de aquí como si estuvieras en una película romántica y volviste como si hubieras ganado la pelea.

Las risas se esparcieron por el aula, ligeras pero imposibles de ignorar. Apreté la mandíbula, deseando que el suelo me tragara. Antes de que pudiera encontrar una respuesta adecuada, la puerta del aula se abrió de golpe.

Ahí estaba él. Entró con la misma seguridad que siempre, como si el mundo entero estuviera diseñado para moverse a su ritmo. Su mirada recorrió el aula con calma antes de detenerse en mí.

—¿Interrumpo algo? —preguntó con una sonrisa apenas perceptible, como si ya supiera la respuesta.

El silencio volvió de inmediato, esta vez más cargado. Sin decir una palabra más, caminó hasta mi lado, inclinándose ligeramente hacia mí.

—Olvidaste esto. —Sacó mi bolígrafo favorito de su bolsillo y lo colocó en mi escritorio con una lentitud deliberada.

¿Cómo llegó eso a sus manos?

Su mirada, intensa y fija en la mía, hizo que mi corazón diera un vuelco. Cuando se enderezó, lanzó una mirada rápida a Darla, el resto de mi clase, que seguían sentados rígidos en sus asientos, y luego volvió a mirarme con una sonrisa que parecía guardar un secreto compartido.

—Ryker, Ryker —lo llamó un chico. —En la noche organizaré una fiesta por inicio de clases, puedes venir con Gia, la iba a invitar.

Mis ojos se abrieron en señal de que no acepte, no me gustaban las fiestas.

—¿Van a ir todos estos... neandertales? —preguntó Ryker, mirando alrededor con una sonrisa burlona que hizo que algunos se removieran incómodos en sus asientos.

El chico frunció el ceño por un segundo antes de encogerse de hombros, como si no le importara el comentario.

—Sí, todos están invitados. Será en mi casa. Ya sabes, un poco de música, algo de bebida... lo típico.

Ryker inclinó la cabeza, fingiendo pensarlo, pero la expresión en su rostro dejaba claro que disfrutaba jugando con los nervios del chico. Mis ojos seguían fijos en él, intentando transmitirle sin palabras que no quería ir. Pero, como siempre, parecía inmune a mis súplicas silenciosas.

—Sí, obvio que iremos, no me perdería esto por nada.

Ryker levantó una mano en un gesto de despedida.

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