《𝕰𝖑 𝖙𝖊𝖗𝖗𝖔𝖗 𝖉𝖊 𝖑𝖔𝖘 𝖉𝖊𝖒𝖔𝖓𝖎𝖔𝖘》❝De mi sangre vendrá, el guerrero prometido, cuyo poder derrotara al monstruo. Valentía y fuerza heredará, astuto guerrero nacerá y el terror de los demonios obtendrá. La sangre de mi sangre, el apelli...
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UNOS suaves golpes sacaron a la niña de sus pensamientos. Suspiró ligeramente antes de sentarse en su futón y dar permiso para entrar, apartando la vista de la ventana que había sido su única distracción en los últimos dos días.
Segundos después, la puerta se deslizó con suavidad, revelando la figura de un hombre alto. Su largo cabello enmarcaba un rostro de facciones duras, con ojos morados que, aunque fríos, parecían suavizarse ligeramente en su presencia. Tal vez un intento de no parecer tan severo ante aquella niña.
—Buenos días, Kurai. Veo que ya estás despierta —dijo Kaijiro con su tono firme pero controlado.
Kurai asintió y se levantó del futón.
—¿El desayuno ya está listo? —preguntó con naturalidad.
Kaijiro, en respuesta, empujó un poco más la puerta, revelando la bandeja que sostenía en sus manos. Kurai ocultó una sonrisa al notar el gesto.
—Esta vez comeré en la sala contigo —dijo, con una decisión que parecía sorprender al hombre.
Kaijiro la observó con una ligera preocupación, aunque intentó disimularlo.
—¿Estás segura de que puedes levantarte? —preguntó, su tono sonaba más suave de lo habitual.
Kurai asintió con determinación. Se acercó a él, tomó la bandeja con desayuno y salió de la habitación sin vacilar.
Kaijiro se quedó en la puerta por un momento, viéndola marcharse. No dijo nada, pero en el fondo, sintió algo que no podía ignorar. ¿Era alivio? ¿Orgullo? Probablemente ambos. Después de todo, no era algo común que una niña de once años se recuperara de tales heridas en solo dos días.
Sin decir más, cerró la puerta tras él y la siguió.
Hubo un desayuno tranquilo y un tanto silencioso, como era costumbre. Ambos se habían acostumbrado tanto el uno al otro que no había incomodidad en el silencio, solo calma. Eran tan parecidos que las palabras no eran necesarias cuando el entendimiento ya estaba ahí.
Cuando terminaron, Kurai no perdió más tiempo. Se levantó con energía, se alistó bien y se puso ropa ligera. Incluso ató su cabello, el cual, tras casi un año de entrenamiento, había crecido sin cesar. Acarició con satisfacción las puntas, disfrutando en silencio su longitud. Había sido un proceso largo, y aunque su cuerpo había pasado por dolores y heridas, su cabello seguía creciendo, como prueba de su resistencia.
Pronto, ella y Kaijiro se dirigieron hacia el lugar donde iniciaría el entrenamiento del día.
Los entrenamientos de Okamura se dividían en once partes, cada una diseñada para romper los límites del cuerpo y la mente. Kurai los conocía bien. Había superado siete de ellos con dificultad, pero fue el octavo, Escalada del Sacrificio, el que la dejó dos días en cama.