En la cima de la montaña, el aire es más frío y el silencio más ensordecedor. No es solo la nieve la que cae en el descenso, también lo hacen las certezas y los miedos. En el mundo del snowboard, cada salto es un riesgo y cada curva puede cambiarlo...
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El aire frío de la mañana, que no había sentido hasta ahora, mordía mi piel mientras caminaba por la pista junto a Daxen. El sol apenas había salido, tiñendo de naranja las montañas cubiertas de nieve. Eran las 8:20 a. m., y esta era nuestra última oportunidad para entrenar antes de que cerraran la pista para prepararla.
O, mejor dicho, lo habría sido si no hubiera llegado casi tres horas tarde.
Daxen no había dicho nada sobre eso. No me miraba, no se quejaba. Solo estaba ahí, en silencio, con los brazos cruzados y una expresión impasible. Pero su actitud tranquila solo lo hacía peor.
Yo sí estaba molesta. Conmigo, por distraerme. Con él, por no decir nada al respecto. Y, sobre todo, con Liam.
Fue su voz la que me sacó de mis pensamientos.
—¿Me puedes explicar qué carajo está pasando, Sue?
Lo ignoré. Seguí caminando sin mirarlo, con la mandíbula apretada.
—No me vengas con esa mierda —insistió Liam, adelantándose para bloquearme el paso—. Te estuve escribiendo toda la mañana, llamando, y no me respondiste. Pero de repente apareces aquí con él.
Lo dijo con desprecio, como si Daxen fuera el verdadero problema entre nosotros, en lugar de toda la situación en la que me metió sin que yo supiera.
Ni siquiera me molesté en verlo a los ojos. Sabía que si le prestaba la más mínima atención, terminaría explotando y soltando todo lo que, por su culpa, había estado sintiendo. No le daría el gusto.
Siempre me he considerado impulsiva, alguien que toma decisiones y solo después piensa en las consecuencias. Pero no iba a arruinarme delante de todos los competidores. No iba a verme débil ni rota frente a ellos.
Intenté esquivarlo una vez más, pero seguía atravesado en mi camino.
—¡Quítate del medio! ¡Tengo que entrenar!
—¿Entrenar? —Liam soltó una risa amarga—. ¿Y por eso me has estado ignorando? ¿Por eso ni siquiera puedes mirarme a la cara ahora? —no podía creer su descaro—. ¡Somos un equipo, Sue! ¡Compórtate como tal, no se trata solo de ti!
Mi pecho se tensó con rabia. Porque, en una cosa, tenía razón: no podía mirarlo sin sentir náuseas. Sin ver a Madison en su reflejo. Sin pensar en su traición.
Daxen chasqueó la lengua y se acomodó las gafas en la cabeza.
—Si ya terminaste con el drama, nos gustaría empezar a entrenar.
Liam giró la cabeza hacia él con el ceño fruncido.
—Tú cállate, es una conversación privada.
Daxen se encogió de hombros con indiferencia. —Si lo fuera, no estarías gritándolo en medio de la pista como un maldito niño de secundaria.
