Capítulo dos

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La nieve bajo mi tabla suena como un susurro helado mientras hago otro giro cerrado en la ladera

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La nieve bajo mi tabla suena como un susurro helado mientras hago otro giro cerrado en la ladera. El aire es tan frío que corta la piel expuesta de mi rostro, pero me gusta. El dolor me hace sentir despierta, presente.

Llevamos horas entrenando, pero yo podría quedarme aquí todo el día. Los rayos del sol hacen brillar la pista, y desde aquí arriba, Deer Valley parece perfecto, un cuadro de invierno que nadie quiere romper.

—¡Sue! —la voz de Madison me llega desde abajo, donde ella, Liam, Ryan y Matt esperan—. ¡No te pases o vas a quemarte para el torneo!

No le respondo, solo levanto la mano en un gesto rápido antes de lanzarme en un salto. Siento la tabla perder contacto con la nieve y, por un momento, estoy volando. El truco es sencillo, un giro de 360°, pero la sensación es indescriptible. El aterrizaje es limpio y suave, y bajo hasta donde están los demás.

—Eres una adicta, ¿lo sabías? —es lo primero que escucho que dice Matt, sacudiendo la nieve de su chaqueta.

Ryan, que es más serio, me observa como si evaluara mi técnica. —Estás perfecta en los giros, pero en la última curva puedes apurar más el peso sobre los talones.

—Lo sé —le digo, con un intento de sonrisa—. Estoy trabajando en eso.

Liam me ofrece agua y me pasa una mirada cómplice. Sé que no le gusta que tome demasiados riesgos en los entrenamientos, pero nunca lo dice en voz alta. Y lo agradezco, no quiero discutir sobre eso.

—Vamos a descansar un rato —sugiere Liam, pasándome un brazo sobre los hombros—. Después probamos la sección baja de la pista.

Asiento, aunque ya estoy pensando en cómo volver a subir antes que ellos.

Nos sentamos cerca de una de las zonas planas y comemos algo de la cafetería mientras los demás equipos comienzan a llegar para sus propios entrenamientos. Entre las figuras que empiezan a destacar en la cima, reconozco las chaquetas negras y los cascos oscuros del equipo de los Avalanche Wolves.

Madison rueda los ojos con fastidio, al notarlos. —Genial... los lobitos están aquí.

Miro a Daxen, que ajusta sus gafas mientras su equipo se prepara. Dos chicos y dos chicas, todos igual de letales en la pista. Si los nosotros somos considerados explosivos, ellos son calculadores, una manada que caza sin errores.

Lo peor es que les funciona.

Daxen mira hacia abajo justo antes de colocarse la tabla. Por un segundo, nuestros ojos se encuentran, y sé exactamente lo que está pensando: "Voy a ser mejor que tú".

El equipo de Daxen desciende con una sincronía perfecta. Sus movimientos son limpios, precisos, como si se hubieran ensayado un millón de veces. Cada giro y salto es impecable.

—Argh —masculla Madison mientras se cruza de brazos.

—Tranquila, Maddie —dice Ryan, aunque sus ojos no se apartan de ellos—. En la competencia real no van a ser tan perfectos.

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