En la cima de la montaña, el aire es más frío y el silencio más ensordecedor. No es solo la nieve la que cae en el descenso, también lo hacen las certezas y los miedos. En el mundo del snowboard, cada salto es un riesgo y cada curva puede cambiarlo...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El aire frío es como una vieja amiga aquí en Deer Valley. No importa cuántas capas use, siempre se cuela hasta los huesos, pero no me molesta. Es parte de mí, como el ruido de los esquís y las tablas deslizándose sobre la nieve o los turistas que intentan descifrar las pistas con sus mapas ridículos.
Mi vida siempre ha sido así. Crecí rodeada de pinos cubiertos de nieve, remontes y tardes de chocolate caliente en la cabaña después de una caída aparatosa. Mi papá solía decir que aprendí a deslizarme antes de caminar. A los seis años, lo único que me importaba era saltar con mi tabla como esos chicos mayores que veía entrenando. Me encantaba cómo parecían volar, desafiando las leyes de la gravedad.
A los diez, fue mi mamá quien me inscribió en mi primer torneo. No lo hice porque quería ganar, sino porque quería sentir la adrenalina. Y, sorprendentemente, quedé en cuarto lugar. No era la campeona, pero sentí que pertenecía. Desde entonces, el snowboard dejó de ser un hobby y se volvió mi vida.
Ahora estoy aquí, a punto de competir en el Frost Summit, el torneo más importante del año, y lo estoy haciendo con mi equipo... y con él. Liam. Mi novio y compañero. La definición perfecta de "chico dorado": alto, atractivo, hábil y con una sonrisa que haría derretir la nieve más espesa.
Algunas chicas suspiran cuando lo ven, y no las culpo. Liam tiene esa facilidad para hacer todo parecer fácil, desde un salto de tres vueltas hasta una simple conversación. Me hace sentir segura. Y sí, hay amor. Pero...
Hay cosas que la seguridad no puede reemplazar. Como el fuego en la sangre cuando estás a punto de hacer un salto imposible. Como ese cosquilleo antes de caer. Y, aunque nunca lo diría en voz alta, Liam nunca entiende del todo esa sensación. Él es más... calculador. Preciso. Yo prefiero la sensación de lanzarme y esperar que el mundo no se rompa debajo de mí.
Y este torneo lo es todo.
Y no pienso dejar que nada ni nadie me saque de mi enfoque. Ni siquiera él.