Noah
—Tienen un taller hoy a segunda hora; ayer no debí venir, sin embargo, el aniversario hizo que asistiera obligatoriamente—Lucía suspira, todos, excepto su hermano, la miran hipnotizados, incluyéndome.
¿Qué? Hoy se ve tan bien; la manera en que se despeina su cabello hace suspirar a cualquiera. Me sorprendo al ver a Sofía con esa expresión boba; ¿qué tiene hoy? No me ha saludado, y generalmente es lo primero que hace, hoy ha estado callada, al llegar simplemente ha pasado de mi “hola”, como si nada; y cuando quise ir a preguntar, Lucía ya había entrado.
—¡Profesora!— Julio, el chico que ayer no apareció y se justificó diciendo que había tenido problemas estomacales, levanta su mano llamando la atención de Lucía—. ¿Podemos ir disfrazados todos de tamales a la fiesta de Halloween?
He olvidado eso; nunca he ido a ese tipo de fiestas, papá me prohíbe salir esa noche, pues es peligroso, supuestamente, y esas festividades son cosas del “diablo”.
Un alboroto se forma; unos a favor y otros en contra, me da igual, realmente, no voy a ir vestida de algo, de ser así, probablemente no pueda ir.
—Si quieren hacerlo, bien, no tengo problemas con su disfraz, hablé con la tutora del C y me comentó que pueden ir como quieran, sobre eso, tengo las notas que me pidieron, uhm, eh… Miguel, repártelas, por favor.
Le da unas notas a Miguel, de igual forma que a Sofía; este ha estado un poco callado este día, normalmente está hablándome sobre cualquier cosa.
Termina de repartirlas y vuelve a su lugar con una nota para mí y para él; sonríe al darmela.
—Bien, suficiente descanso; saquen sus cuadernos—todos se quejan, pero de igual forma lo hacen, tengo ganas de ir al baño.
Me acerco a su escritorio, ella lee el texto del que estamos avanzando.
—Profesora…—Sonríe al mirarme; esos lentes que tiene me desconcentran; no puede verse mejor…—. ¿Puedo ir al baño?
—Ve. Regresa rápido o te retrasarás en el avance—asiento y salgo corriendo.
*
¡No! ¡Puede! ¡Ser!
Odio ser mujer en estos momentos.
Estoy ya unos diez minutos tratando de pensar cómo salir de esto; he olvidado ver mi calendario; para colmo no traigo mi teléfono.
¿Qué hago? Ah… encima me duele un poco. Necesito ponerme a llorar si no encuentro una solución.
—¿Noah?— Escucho llamar a alguien; reconozco su voz.
—Lucía…— Me da vergüenza decirle esto.
Escucho cómo sus pasos retumban, acercándose cada vez más.
—Noah, ¿estás bien?
Espero que ninguna otra alumna esté aquí.
—Lucía…— Ahora sí quiero llorar—. Necesito… necesito ayuda con algo…
Susurro con vergüenza en mi voz; es decir, sí, Lucía también es chica y ha debido pasar por esto, pero eso no quita el hecho de que le digo a mi maestra, y a la chica que me gusta, que estoy en una situación embarazosa.
—¿Problemas de chicas?— Gracias, Jesús; hubiera odiado tener que explicarle.
—Sí…— Enredo mis brazos en mi abdomen; duele horrible.
—Vale, volveré en un momento—escucho cómo se va de manera rápida.
Nunca me ha pasado esto; siempre tengo muy presentes las fechas, pues llevo un calendario para que este tipo de cosas no pasen. Pero estos días, con todo lo que ha pasado, no me he puesto a revisarlo.
Desde ahora seré más precavida, pues no quiero volver a repetir estas situaciones nunca más.
Escucho pasos entrar; creo que se trata de Lucía, pero las voces que escucho me dicen que no es así.
—Esa profesora me tiene harta; no me selló la tarea porque no tenía la fecha; ¡agh, qué fastidio!— No sé a quién pertenece la voz.
—Es una viejita; debería jubilarse ya—habla otra voz distinta; ¿cuántas chicas son? Nunca entendí lo de ir al baño en grupos—. Y meter a profesoras como la profesora Lucía.
—¡Uy, sí! ¿Vieron cómo ayudó a la chica en su baile? Según me dijeron, ella no tenía que estar ahí, pero se metió por su alumna; ¡quién hubiera querido ser ella!— ¿Qué…?
¿De qué rayos hablan? El dolor es reemplazado por un enojo que ni siquiera sé por qué aparece.
—¿A cuál de las dos? Viste que esa chica… uhmm, creo que se llama Noah, la protegida y lamebotas del colegio—¡¿yo, lamebotas?!— esa estaba bailando con el guapo de Miguel, pero cuando cambiaron, se quedó con la profesora Lucía; no la culpo, hubiera hecho lo mismo. Aunque Miguel no está nada mal.
¿Cómo se atreven?
—Escuché que son hermanos… por el apellido y parentesco podría ser. Hablando de la chica esa, Noah, escuché que tiene nota por… ya saben, trabajos ‘extra’—¿de qué hablan?; las otras dos se sorprenden.
—¿En serio? Con lo santa que se ve; bueno, bien dicen que las calladitas son las peores. Tendría sentido, siempre tiene la nota perfecta, supongo que algún mérito tendría que tener, ya saben… complacer a los profesores; por algo la defienden tanto.
¿En serio creen eso de mí?
Escucho cómo alguien se aclara la garganta.
—Señoritas, ¿no deberían estar en sus salones?; el baño no es salón de belleza—Lucía…
—¡Profesora! Buenos días; sí, ya nos íbamos—oigo cómo sus pasos se alejan.
No puedo creer la manera en la que se refieren a mí… Sé que no se refieren a cosas buenas; ni siquiera me conocen o ellas a mí, y ya hablan a mis espaldas.
—Noah, te he traído lo que he creído necesario—abre la puerta lo suficiente para solo extender su mano.
Tomo las cosas.
—He traído mi abrigo por si quieres ponértelo.
No digo nada; sigo perdida en lo que esas chicas han dicho de mí; no tienen derecho a decirlo, no saben lo que me esfuerzo por tener las notas que tengo, no me es tedioso estudiar, pero siempre doy lo mejor de mí en lo que hago, y hago lo mismo con cada trabajo entregado, ninguno de los profesores me regala la nota.
Me pongo su abrigo; me queda grande, pero huele a ella y está calentito, lo cual me calma. No puedo evitar respirar el aroma de su abrigo y abrazarme a él.
Salgo, ella está apoyada en la pared; me mira preocupada.
—¿Te sientes bien?— Asiento; ella suspira—. ¿Ves que sí estás salada? Toca madera.
Nunca he entendido por qué cuando tienes mala suerte debes tocar madera. ¿Es algo absurdo, no? Pero ya me hace dudar; porque esto sí es mala suerte.
—No estoy salada, tú eres un gato negro; me traes mala suerte.
—Eso es una completa mentira. El hecho de que un gato sea negro no es de mala suerte; salada y racista. Terrible combinación. Excepto que… mi abrigo te queda muy bien.
La miro enojada; me abrazo a su abrigo nuevamente.
—Pues ahora es mío—camino para salir de ahí—. Y no soy racista.
—Miau miau miau.
*
Las clases con Lucía han terminado; ahora estamos en la sala de teatro, esperando a que vengan a darnos algún discurso, seguramente será algún motivador o algo así.
Sofía, Miguel y yo hemos escogido casi la segunda fila para sentarnos; la sala es muy grande, muy tranquilamente los cuatro paralelos podemos ocupar los lugares.
Sofía se sienta a un lado mío y Miguel al otro.
—¿Por qué tan callada hoy?—No voy a irme hoy sin saber lo que les pasa a ambos.
Ella se remueve un poco incómoda en el asiento.
—Nada; uhmm, ¿de dónde has sacado ese abrigo?— Trata de cambiar de tema.
—Me lo ha regalado un gato negro. ¿En serio que no pasa nada? Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites—mira al suelo algo triste y asiente. No insisto más; tal vez tiene algún problema con su madre y no quiero agobiarla más. —¿Y a ti?
Le pregunto a Miguel; este me mira confuso, pero con una sonrisa.
—¿Yo qué?
—¿Por qué tan callado?— Me revuelve el cabello sonriendo y no responde—. ¿No vas a decirme?
Simplemente me ignora. No decimos más; un señor con más barba que cabello aparece saludándonos.
Fue el tipo de discurso que una universidad te da para que decidas estudiar en ellas. No me interesa. Yo quiero estudiar artes musicales. Pero todos los demás esperan que estudie medicina.
La única que sabe esto es Lucía; abrirme con ella me resulta fácil, pues con ella me siento bien, no siento que me juzgará como los demás.
Todos ellos solo ven a mi “yo” perfecta; ella ve todo de mí, es una de las cosas que me gusta de ella; te hace sentir como si estuvieras segura a su lado, no solo me gusta eso de ella, me gusta la manera en que maneja las situaciones, lo pacífica que es, me gusta su risa, que parece una melodía de sirenas dispuesta a llevarte a un precipicio donde caerás a todo lo que es ella, me gustan sus expresiones, sobre todo su sonrisa, que podría alimentar el alma de algún desdichado que no ha conocido la luz, el color de sus ojos, que parece indescifrable; me gusta ella.
La propuesta de ser amigas por lo menos me haría acercarme a ella, pues me gusta estar solo con ella que salir con su hermano o con personas que no son ella. Obviamente no quiero ser su amiga.
Pero difícilmente hallaré el valor para decírselo de frente.
*
La jornada escolar termina. Esta vez Miguel no me ha acompañado; no es un reclamo, sino una observación, sospecho que él y Sofía ocultan algo, o simplemente es mi imaginación diciéndome tonterías.
Me quito el abrigo de Lucía y trato de entrar sin hacer ruido a casa. No quiero que me cuestionen de quién es ese abrigo, porque no tengo una buena excusa. Me voy corriendo a mi cuarto para guardarlo.
Será mi abrigo favorito desde ahora. Al quitarme el uniforme, siento la nota que nos han dado para la dichosa fiesta de Halloween. Tengo que ver el terreno antes de lanzarles la noticia; pues la discusión de ayer no ha sido bonita.
Bajo, y los encuentro almorzando en silencio; me uno a ellos.
—Buenas tardes—en silencio comienzo a comer. Papá no dice nada; mamá tampoco, esto es lo que siempre ha habido: la ley del hielo, estoy segura de que quieren que me disculpe, y si quiero salir, tengo que hacerlo.
Casi cuando ya terminamos de comer, me aclaro la garganta llamando su atención.
—Yo… lo siento por ayer, papá; solo fue una tontería—claro que no lo era—. Miguel me hizo darme cuenta de que es lo mejor para mí—lo siento, amigo, pero tengo que usarte.
Papá deja de comer para mirarme algo más relajado que hace unos instantes. Parece que mencionar a Miguel lo hace feliz.
—Me alegro de que lo hayas pensado bien, Noah, esas cosas de la música solo son una etapa—asiento sin estar de acuerdo, pues no lo es—. Espero que no vuelvas a pensarlo ni siquiera.
Miro a otro lado, asintiendo; mamá simplemente observa, ya me he acostumbrado a que ella sea tan sumisa; puede aguantar muchas cosas de papá.
—Uhm, en unos días habrá una salida del salón, algo sin importancia… Miguel y todos irán; una actividad obligatoria…— Miro cómo mi madre me pone más atención—. ¿Podría ir?
Le entrego la nota a mi padre, quien después de leerla, la medita un poco.
—Está bien. Sé que Miguel te cuidará; deberías aceptarlo ya, Noah, es un chico muy bueno y alguien podría robártelo.
¡Oh, no te preocupes, papá; me gusta su hermana!
—Sí, ya casi acabamos el colegio; lo pensaré—él asiente más que feliz por eso.
Suspiro suavemente.
Bueno, al menos tengo el permiso. Es un logro grande, considerando el carácter de mi padre. Nunca he entendido por qué es así, mamá una vez me contó que antes de conocer a Dios era peor. Si esto es lo bueno, no quiero imaginar lo “peor”. Las maravillas de crecer en un hogar “religioso”.
Al menos todo esto ha hecho que deje de lado lo que han dicho aquellas chicas sobre mí; sé que soy más que capaz de dar mi esfuerzo y ser merecedora de aquellas notas, así que no dejaré que me afecte.

ESTÁS LEYENDO
Mi Ángel
Teen FictionNo crei que el amor me llegaría a los 24, mucho menos que era una niña de 17. ¿Problemas? Uno: es menor. Dos: es hija del pastor. Tres: a mi hermano le gusta. Cuatro: ¡es mi alumna! Y cinco: es una chica... Aunque lo último a mi no me importab...