Sergio caminaba de un lado a otro de la habitación, con Carola en brazos, meciéndola más por intentar calmar su propia ansiedad que por necesidad de la pequeña. La niña, lejos de sentirse incómoda, soltaba pequeñas risitas mientras su padre la movía de un lado a otro, disfrutando de la atención.
Charles, sentado en el sofá con una taza de café en las manos, observaba la escena con una mezcla de diversión y lástima. Aunque entendía la inquietud de Sergio, no podía evitar preocuparse por la pobre niña, que parecía más en una montaña rusa que en brazos seguros.
— Sergio, si sigues meciéndola así, no se va a dormir, pero seguro le vas a dar mareo —comentó con tono burlón, llevándose la taza a los labios.
— ¿Ah, sí? ¿Y qué sugieres que haga, oh gran experto en bebés? —replicó Sergio, aunque bajó un poco el ritmo de sus movimientos.
Charles sonrió, encogiéndose de hombros.
— No digo que lo estás haciendo mal, pero quizás deberías calmarte tú primero. La pequeña no tiene la culpa de que tengas dos alfas acosándote por tu atención.
Sergio se detuvo de golpe, mirando a su amigo con el ceño fruncido.
— No están acosándome... —murmuró, aunque su tono de voz carecía de convicción.
— Oh, claro que no. Están compitiendo por tu amor de la manera más discreta y elegante que he visto —dijo Charles con sarcasmo, agitando la taza para enfatizar sus palabras—. Sergio, en algún momento tendrás que aceptar casarte con alguno de ellos.
El comentario cayó como un peso sobre los hombros de Sergio. Miró a Carola, que seguía riéndose y jugando con los botones de su camisa, antes de suspirar.
— Lo sé... pero no es tan fácil.
Charles dejó la taza sobre la mesa y cruzó los brazos, mirándolo fijamente.
— ¿Qué es lo que te detiene? Sabes que los dos te aman, sabes que cualquiera de ellos sería un buen padre para los pequeños. ¿Por qué seguir posponiéndolo?
Sergio se sentó en la silla más cercana, acomodando a Carola en su regazo mientras le acariciaba suavemente la cabecita.
— ¿Por qué? Porque no quiero romperle el corazón a ninguno de los dos, Charles. Y porque, en el fondo, siento que no importa a quién elija, siempre voy a lastimar a alguien.
Charles lo miró con comprensión, aunque no pudo evitar un comentario mordaz.
— Bueno, si no eliges a ninguno, igual los vas a lastimar. Y de paso a ti mismo.
Sergio bufó, aunque no pudo contradecirlo.
— No es tan sencillo... —murmuró, más para sí mismo que para Charles.
Carola, ajena a la conversación de los adultos, soltó una carcajada y tiró de la camisa de su padre, reclamando su atención. Sergio sonrió, inclinándose para besar su frente.
— Tú tampoco me lo estás poniendo fácil, ¿verdad, chiquita? —dijo con ternura.
Charles observó la escena en silencio por un momento antes de suspirar.
— Solo piénsalo, Sergio. No tienes que decidir ahora, pero tampoco puedes ignorar la situación para siempre.
Antes de que Sergio pudiera responder, un sonido familiar de pasos apresurados en el pasillo llamó su atención. La puerta se abrió de golpe, revelando a Carlos, que entró con expresión preocupada.
— ¿Dónde está mi niña? —preguntó con urgencia, y al ver a Carola en brazos de Sergio, su rostro se relajó de inmediato.
— Está bien, Carlos. Solo estaba calmándola... bueno, intentándolo —respondió Sergio con una sonrisa cansada, extendiendo los brazos para entregársela.
