Capítulo XII: El papá es...

1.3K 139 41
                                        

Los meses del embarazo de Sergio se habían vuelto una montaña rusa de emociones, tanto internas como externas. La prensa no dejaba de acosarlo, siempre con titulares que desbordaban la controversia y la curiosidad morbosa.
"Famoso modelo va a ser papá joven", decían los titulares. Otros menos amables hablaban de la familia Pérez: "El heredero de los Pérez está en espera de un hijo". Cada mañana, Sergio se despertaba con el sonido de su teléfono vibrando, lleno de mensajes, llamadas, y los continuos flashes de los paparazzi a su alrededor.

En la agencia de modelaje, donde el ambiente era más amigable, la situación era un poco diferente. Aunque el embarazo había cambiado su vida de manera drástica, la mayoría de sus compañeros y superiores lo apoyaban. Para ellos, Sergio era un ejemplo de superación y fuerza. Las redes sociales estaban llenas de mensajes de apoyo, especialmente de otros omegas que admiraban cómo llevaba su embarazo a tan temprana edad, algo que le dio un consuelo pequeño pero significativo en medio de la tormenta mediática.
Pero fuera de las cámaras y los flashes, había algo que le quemaba por dentro: Kelly. La chica que antes compartía el espacio en su vida, ahora se le presentaba con un aire de celos y resentimiento. Sergio podía sentirlo cada vez que se cruzaban, como si la castaña estuviera enfurecida por no haber sido ella la que estuviera embarazada del hijo de Max. Pero lo que más le dolía era la tensión entre Max y Carlos, dos alfas que, a pesar de su complicidad aparente, no podían evitar competir entre sí por ver quién era el que más lo consentía, quién era el "favorito".

Sergio detestaba esa dinámica. Vivir bajo el mismo techo que ambos lo agotaba más de lo que quería admitir. Aunque sus intenciones iniciales eran simples: encontrar un poco de paz en el caos, se daba cuenta de que vivir con Max y Carlos era un constante tira y afloja. Ambos alfas peleaban por ver quién lo mimaba más, quién le traía su comida favorita, quién le dedicaba más tiempo. Todo parecía girar en torno a su bienestar, pero en lugar de sentirse apreciado, sentía que era un trofeo en su propia vida, algo que ambos querían ganar.
Max, en su eterna lucha por ser el alfa dominante, había sido el primero en ofrecerle comodidad, siempre recordándole lo que podía ofrecerle, desde seguridad hasta cariño. Carlos, por otro lado, lo trataba con una dulzura que a veces lo hacía sentirse culpable, como si se estuviera inclinando más hacia él, aunque no sabía cómo explicarle eso a Max.

Y en medio de todo eso, Sergio solo quería poder respirar, estar en paz, sentir que no estaba siendo tratado como un objeto para competir entre dos alfas que, a pesar de sus sentimientos, no podían evitar tratarlo como un premio. La verdad era que no sabía cómo manejar su corazón en este caos.

— ¿Por qué no puedes dejar de pelear por mí? — le preguntó a Max un día, después de que una discusión sobre la decoración de la habitación del bebé fuera a más. Max, sentado en el sillón frente a él, lo miró fijamente, tratando de encontrar una respuesta.

— Porque no puedo permitir que nadie más te haga sentir menos, Sergio. No puedo. No eres un objeto para mí, pero si debo pelear para que entiendas cuánto te quiero, lo haré. No quiero que te sientas solo en esto.
Sergio cerró los ojos, sintiendo las lágrimas amenazando con salir. La verdad era que, a pesar de todo, Max estaba haciendo lo mismo que Carlos: luchando por su afecto, por su amor. Y no sabía si eso era lo que quería, si en realidad quería estar en medio de esa guerra entre los dos alfas.
Se dejó caer en la cama, mirando el techo con la mente en blanco, mientras escuchaba desde fuera de la habitación la voz de Carlos discutiendo con Max sobre la comida que Sergio había pedido. ¿Realmente se sentía querido? O solo era una pieza más en su conflicto.

[...]

A la mañana siguiente, Sergio decidió salir con su mejor amigo, necesitando desesperadamente un momento de consuelo y algo de normalidad después de todo lo que había sucedido. Alistándose frente al espejo, no pudo evitar detenerse un momento para observar su reflejo. Su vientre prominente de ocho meses era imposible de ignorar.
— Sea lo que seas... —susurró mientras acariciaba su vientre con una sonrisa melancólica—, no está mal tener un compañerito o compañerita...

"Pecas Maleducadas."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora