Capítulo 2

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Lucía

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Lucía

La emoción de mi primer día de trabajo no me deja dormir correctamente, así que la tonta alarma no me sirve de nada. Son las 5:27 de la mañana, así que aprovecho para hacer ejercicio; ya sabes… mi perfecto abdomen lo necesita.

El tiempo vuela, y de inmediato suena la alarma: 6:00 AM. Hora de bañarme. El agua fría me hace dar un brinco en la ducha, pero me acostumbro de inmediato. No quiero llevar a mi hermano en la moto, así que quiero irme más temprano que él.  Mi ropa la elegí ayer; no me dieron especificaciones sobre cómo vestir, así que supongo que un atuendo formal basta.

—Baby, baby, oh, baby, baby, ¡oh! —la canción de Justin Bieber suena en mi pequeño parlante de motocicleta, que me regaló mi hermano en mi cumpleaños anterior. Yo no soy inmune a esas canciones, así que, tratando de no cantar muy fuerte, comienzo a vestirme. Me doy un corto vistazo en el espejo. Divina, como siempre.

Tomo todas las cosas necesarias en mi mochila (sí, no me gustan los bolsos; en general, no me gusta cargar nada más que mi billetera y mi teléfono, así que mi mochila es lo más soportable). No me olvido de mi teléfono. Siento mi estómago retorcerse; el hambre se hace presente. ¡Quiero comer!

Bajo rápidamente; sé que mamá despierta a esta hora, así que el desayuno está asegurado, pero no servido.

—¡Mamá! —la llamo mientras me sirvo café y tomo un panqueque para comerlo casi sin masticar. ¡Genial! Mis ideas siempre dan resultados; por eso casi me ahogo.

—¡Cof! ¡Cof!

—¿Ves? Seguramente por mirar el celular —calmo mi atragantamiento y la miro con cara de: "¿Es en serio?". Si algún día me dan un disparo en el cerebro, seguramente mi madre culpará al teléfono.

—¡Ni siquiera lo estoy usando! —tomo mi café de golpe y dejo la taza en la mesa—. Ya me voy, que Miguel no llegue tarde. ¿Y papá?

Mi madre se persigna; se lo agradezco, porque ser maestra de adolescentes es como ir al infierno. Ellos no tienen control; a los niños de primaria al menos aún puedes controlarlos, pero ¿a los adolescentes? Nah.

—Se fue más temprano; volverá en dos días. Nos vemos en el almuerzo, Lu. No hagas nada malo.

—¡Mamá, eso debes decírselo a Miguel, yo soy la maestra! —me río y la dejo ahí; yo parezco una adolescente que va a su primer día de clases.

Miro la hora en mi muñeca: 7:20. Entramos a las 8:00 y el colegio está a 10 minutos; subo a mi motocicleta; fácilmente llegaré en 6 minutos. Realmente me encanta la adrenalina que se siente a alta velocidad. Y como lo supuse, tardo 6 minutos… bueno, 7, ¡pero es casi lo mismo!

En el estacionamiento veo a quien seguramente será mi colega, bajando de su auto. Me quito el casco y apago la motocicleta. El hombre me mira y se acerca a mí, tratando de demostrar una autoridad que a su rostro pálido nunca le llega.

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