Lloraba desconsolado en su cama, los tres últimos meses se habían vuelto una pesadilla interminable. A pesar de sus esfuerzos por frenar la locura de su padre, parecía que nada funcionaba. Carlos había aceptado que, al final, él terminaría con un idiota como Max, pero eso no significaba que lo dejaría ir tan fácilmente. El español aún se aferraba a la esperanza de que Sergio fuera a él, de que luchara por lo que sentía.
Pero Sergio estaba perdido. ¿Cómo podía enfrentar todo esto? ¿Cómo podía luchar contra un destino que parecía ya tan sellado? Max no era más que un capricho, algo que su padre había decidido para él, pero la presión era insoportable. Charles estaba allí para levantarle el ánimo, para recordarle que todo iba a estar bien, pero, al final, él no podía hacer nada más que intentar sobrellevar las horas.
Hoy era el día de la boda. El día que él temía con todo su ser.
La angustia lo envolvía mientras miraba el reloj. Ya se le estaba haciendo tarde, pero la idea de casarse con Max lo aterraba. No estaba preparado. No quería. El anillo, el vestido, todo lo que implicaba esa boda era lo que su padre había planeado para él, pero él no lo deseaba. El sueño de tener una vida propia, de estar con alguien que realmente lo amara, parecía desvanecerse entre los pasos de los sirvientes que ya estaban en su puerta.
De repente, la puerta de su habitación se abrió con fuerza y un grupo de mucamas irrumpió en la estancia, obligándolo a levantarse de la cama con rapidez. Sin darle oportunidad para siquiera procesar lo que estaba pasando, comenzaron a arreglarlo, poniéndole la chaqueta y alisándole el traje, mientras él los miraba como si fuera un muñeco en sus manos. Su mente ya estaba lejos, perdida en el caos de sus pensamientos.
Las mujeres, al ver sus ojos hinchados de tanto llorar, se miraron entre ellas, algo incómodas, pero nadie dijo nada. Nadie se atrevió a interrumpir el flujo mecánico del día. La boda debía continuar, y él debía ser parte de esa farsa.
— Vamos, señor Sergio, es solo un poco más. —Una de las mucamas le dijo con una suavidad que contrastaba con la frialdad del lugar. Era como si quisieran apresurarlo, como si todo estuviera predestinado y ya no hubiera vuelta atrás.
Pero a pesar de los esfuerzos, algo en su interior no dejaba de gritarle que esto no era lo que quería. El traje, el maquillaje, las expectativas, todo eso le pesaba. Y de repente, una idea le cruzó la mente. No, no iba a ser así. No iba a dejar que todo terminara como su padre lo deseaba. Podría haber sido fácil, sí, pero no era lo que su corazón pedía.
Dejaron de arreglarlo por un momento, las mucamas salieron de la habitación y Sergio se quedó allí, parado frente al espejo. Su reflejo lo miraba fijamente, y, por un segundo, no se reconoció. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Por qué se sentía tan vacío?
El sonido de su teléfono rompió el silencio, un mensaje de Carlos. Algo se encendió dentro de él. Carlos. La persona que había estado a su lado cuando todo parecía irse al traste. El único que lo había aceptado, que no lo había juzgado. Sin pensarlo, agarró el teléfono, sus dedos temblando mientras leía el mensaje:
"Estoy en la puerta. Sal a hablar conmigo."
El peso en su pecho aumentó. Era el momento. No podía seguir adelante con esa farsa. No podía casarse con Max. No podía dejar que su padre controlara su vida de esa manera. Pero el miedo lo paralizaba. Salir de la mansión, enfrentar lo que había hecho con su vida, todo eso era aterrador.
Miró nuevamente su reflejo en el espejo. ¿Qué haría? ¿Se quedaría en esa jaula dorada, atado a las expectativas ajenas? ¿O se arriesgaría a lo desconocido, a la incertidumbre que podría traer consigo el enfrentarse a su propio corazón?
Con un suspiro profundo, Sergio apretó el teléfono con fuerza, decidido. Hoy no sería otro día más siguiendo lo que otros esperaban de él. Hoy, iba a hacer lo que realmente quería, lo que realmente sentía. Y si Carlos estaba allí, esperándolo en la puerta, entonces era hora de dejar atrás el pasado y decidir, de una vez por todas, por sí mismo.
