Capítulo IX: Verstappen

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Los días habían pasado y Sergio finalmente regresó a su hogar, aunque no podía borrar de su mente los momentos que compartió con Carlos. El recuerdo del español lo acompañaba como un tatuaje invisible en su piel, algo que lo hacía sonreír en los momentos más inesperados. Sin embargo, las circunstancias habían cambiado; Carlos ya no era bienvenido en la mansión, y aunque Sergio entendía las razones, no dejaba de extrañarlo con una melancolía que dolía en el pecho.

Su rutina había retomado su curso habitual, esa mezcla de actividades que lo mantenían ocupado pero no necesariamente feliz: asistir a clases, modelar para campañas, ir a bares con amigos y soportar las críticas de Charles, quien nunca se cansaba de señalar sus defectos, aunque en el fondo lo hacía con cariño. Lo único que marcaba la diferencia era que Carlos, en secreto, seguía viéndolo. A menudo se colaba por las noches en su habitación, donde compartían momentos robados bajo el amparo de la oscuridad, o lo llevaba a cenas en lugares donde nadie podría reconocerlos. Charles, quien se había vuelto cómplice del español, se encargaba de cubrir sus salidas con excusas creíbles para que el padre de Sergio no sospechara.

Todo parecía haber encontrado un equilibrio precario, incluso con la tensión latente que los Verstappen siempre traían consigo. Aunque no habían dado señales de querer interferir de nuevo, Sergio sabía que no podía bajar la guardia.

Ese día en particular había empezado como cualquier otro. Sergio estaba cómodamente recostado en uno de los sofás de la sala, con el teléfono en mano, revisando fotos y mensajes. El sol entraba por las enormes ventanas, creando un ambiente tranquilo y cálido que lo invitaba a relajarse. Pero esa paz se desmoronó en cuestión de segundos cuando escuchó una voz grave y familiar proveniente del recibidor.

—Michael, creo que esta propuesta beneficiará a ambas familias.

El pecoso se congeló en su lugar. Ese tono autoritario y la forma en que pronunciaba las palabras le resultaban inconfundibles. Lentamente levantó la mirada del teléfono, su corazón latiendo con fuerza mientras un sentimiento de alerta se apoderaba de él. Dejó el dispositivo sobre la mesa y, con el ceño fruncido, se incorporó para asomarse al recibidor.

Ahí estaba Jos Verstappen, imponente como siempre, con una postura que irradiaba control. Su padre, Michael, estaba frente a él, escuchando atentamente lo que tenía que decir, como si estuvieran cerrando un trato de negocios. Y detrás de Jos, con una sonrisa que Sergio reconocía demasiado bien, estaba Max, observándolo con esa mezcla de suficiencia y burla que tanto le irritaba.

El pecoso sintió que se le revolvía el estómago. Aunque no había escuchado completamente la conversación, algo en la actitud de los hombres lo puso en alerta.

—¿Qué significa esto? —preguntó en voz alta, cruzándose de brazos mientras avanzaba hacia ellos. Su tono frío y su mirada desafiante rompieron la conversación entre su padre y Jos, quienes lo miraron con sorpresa.

Michael fue el primero en responder, con una sonrisa conciliadora que no ayudó a calmar el enfado de su hijo.

—Hijo, estamos hablando de algo importante para nuestra familia. Jos tiene una propuesta que beneficiará a ambos lados.

—¿Una propuesta? —repitió Sergio, dirigiendo su atención hacia Jos, quien no perdió la compostura.

—Así es, muchacho. —Jos sonrió con esa mueca que siempre parecía estar calculando algo—. Max y tú. Un matrimonio entre ambos es lo que nuestras familias necesitan para asegurar un futuro próspero.

El impacto de esas palabras fue como un golpe en el pecho. Sergio sintió que la sangre le hervía. ¿De qué estaba hablando? ¿Matrimonio? ¿Con Max? ¡Era absurdo!

"Pecas Maleducadas."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora