Capítulo VIII: Idiota

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A la mañana siguiente, el pecoso se despertó lentamente, todavía acurrucado contra el pecho cálido del español. Sus ojos se entrecerraron por la luz que entraba por las cortinas, tallándolos con suavidad mientras intentaba aclarar su mente. Sentía el leve movimiento del pecho de Carlos al respirar, un ritmo tan calmado que casi lo hipnotizaba.

Sin pensarlo demasiado, alzó el rostro y observó el perfil del hombre, tan sereno, tan apacible. Había algo en esa tranquilidad que lo desarmaba. Impulsado por un impulso repentino, Sergio se inclinó y dejó un suave beso en los labios de Carlos, apenas un roce, suficiente para transmitir una ternura inesperada.

Antes de que pudiera alejarse, sintió unas manos firmes rodear su cintura, atrapándolo.

— ¿Qué haces? —preguntó Sergio, mirando con sorpresa al español, quien ahora lo sostenía firmemente en su lugar, con una sonrisa perezosa extendiéndose por su rostro.

Carlos abrió lentamente los ojos, revelando un brillo juguetón en ellos mientras dejaba de fingir que estaba dormido.

— ¿Y por qué te estás yendo tan rápido? —preguntó, su voz ronca por el sueño, pero llena de diversión.

El pecoso intentó apartarse, aunque sin demasiada fuerza, pero Carlos solo lo acercó más, colocando una mano en la parte baja de su espalda para mantenerlo sobre él.

— Eres un pesado. —Murmuró Sergio, frunciendo el ceño, aunque no pudo evitar que sus mejillas se tiñeran de un leve rojo.

— Mi príncipe azul. —respondió Carlos en un tono burlón, mirando al menor con una sonrisa sarcástica mientras le daba un leve apretón en la cadera.

— Estás insoportable. —Sergio intentó sonar molesto, pero la sonrisa que escapó de sus labios lo traicionó.

Carlos soltó una pequeña risa en voz baja, inclinándose para darle un beso en la frente antes de dejarlo ir finalmente.

Sergio se levantó indignado, haciendo un ligero puchero mientras refunfuñaba por el pasillo, descalzo y con el cabello revuelto. Al llegar a su habitación, abrió los cajones con la esperanza de encontrar algo, pero se dio cuenta de lo obvio: no tenía absolutamente nada ahí. Con el ceño fruncido, se giró sobre sus talones y volvió donde Carlos, quien ya estaba poniéndose los zapatos, todavía con un aire despreocupado.

— Necesito ropa. —exclamó Sergio, cruzándose de brazos con una expresión de evidente frustración.

Carlos alzó una ceja, mirándolo con incredulidad.

— ¿Qué?

— Cómprame ropa. —demandó con la voz firme, aunque el tono infantil del pecoso hacía difícil tomarlo en serio—. Necesito algo para la universidad, no puedo andar así. —Hizo un gesto hacia el conjunto desaliñado que llevaba.

Carlos suspiró, frotándose la sien. Era demasiado temprano para esto.

— Hay ropa en mi clóset. —dijo, señalando con la cabeza hacia su habitación—. De tallas pequeñas. Usa eso por ahora.

Sergio lo miró como si acabara de insultarlo.

— ¿Tu ropa?

— Es temprano, pecas. Ni siquiera las tiendas están abiertas.

Con un bufido de resignación, el menor fue hacia el clóset del español. Al abrir las puertas, sus ojos se toparon con una colección de prendas oscuras y algo góticas, totalmente alejadas de su estilo. Aún así, sacó un conjunto que parecía lo suficientemente decente: una camisa negra ajustada y unos jeans oscuros.

Al probárselo frente al espejo, notó que le quedaba sorprendentemente bien, aunque definitivamente no se parecía en nada a la ropa brillante y colorida que solía usar.

"Pecas Maleducadas."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora