Capítulo III: Sueños (corto)

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—Te quiero para mí de la forma más egoísta posible —declaró el español con descaro, su voz baja y cargada de un deseo apenas contenido.

Sus manos firmes se deslizaron hacia la cintura de Sergio, agarrándolo con decisión y pegándolo a él, cortando toda distancia entre sus cuerpos. El pecoso intentó apartarse, sus manos temblorosas se posaron sobre el pecho del mayor, haciendo fuerza para liberarse, pero el agarre era sólido, casi imposible de romper.

—Bien sabes que no podemos —masculló en voz baja, con una mezcla de frustración y miedo, sus ojos cafés con destellos verdes intentando leer los oscuros del español.

Carlos lo miraba con intensidad, sus labios apenas separados mientras una sonrisa ladeada comenzaba a asomar. Tener por fin al chico lindo de pecas entre sus manos era un sueño hecho realidad, algo que había deseado con tanta fuerza que, ahora que lo tenía, se negaba a soltarlo.

El español comenzó a deslizar sus manos con suavidad por debajo de la camisa del omega, sintiendo la calidez de su piel, delicada y suave al tacto. Pero justo cuando el momento parecía consumirse en ese fuego, una sacudida lo interrumpió. Primero leve, luego más intensa, y después, una tras otra como si alguien estuviera intentando arrancarlo de ese instante perfecto.

...

Se despertó de golpe en su cama, jadeando con el corazón a mil. La tenue luz de la noche se colaba por las cortinas, pero lo que realmente lo sobresaltó fue la figura frente a él: Sergio. El pecoso lo estaba sacudiendo frenéticamente, su expresión era una mezcla de enojo y angustia.

Carlos se sentó bruscamente, apartándolo de encima con un gruñido molesto.

—¿Qué demonios quieres? —masculló con voz ronca, tallándose los ojos frenéticamente para enfocar la vista.

El menor se cruzó de brazos, respirando agitado, sus pecas resaltaban aún más bajo la luz de la luna.

—Eres un alfa —le soltó, con la voz cargada de acusación y los ojos clavados en los suyos.

El español parpadeó, su cerebro todavía adormilado intentaba procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Qué tontería estás diciendo? —respondió en un tono seco, aunque la mención lo hizo sentir expuesto de una manera que nunca antes había experimentado.

Sergio dio un paso hacia atrás, como si estuviera enfrentándose a una amenaza.

—No lo niegues —continuó con firmeza, aunque su voz temblaba ligeramente—. Lo sentí. Tu esencia... ese olor a pino. No eres un beta.

Carlos lo miró en silencio, una expresión de desconcierto cruzó su rostro. Por primera vez desde que llegó a la mansión, sus paredes comenzaron a tambalearse. Carlos se recostó contra la cabecera de la cama, su mente todavía intentando encajar las piezas de lo que acababa de escuchar. Sergio estaba de pie frente a él, con los brazos cruzados, mirándolo con una mezcla de desafío y vulnerabilidad. La tensión en el aire era tan densa que casi se podía tocar.

—¿Estás seguro de lo que estás diciendo? —respondió Carlos con un tono deliberadamente calmado, aunque sus ojos oscuros brillaban con un atisbo de incomodidad.

Sergio apretó los puños, visiblemente frustrado.

—¡Por supuesto que estoy seguro! —replicó, su voz subiendo un tono—. Lo sentí en tu habitación, y lo siento cada vez que te acercas. Tu aroma no es el de un beta. ¿Crees que soy idiota?

Carlos tensó la mandíbula, su mente trabajando rápidamente para encontrar una salida. Si el omega había descubierto su verdadera naturaleza, las cosas se complicarían, pero lo que más lo inquietaba era lo que podría pasar si Sergio le exigía una respuesta en ese momento.

—Tal vez estabas confundido —dijo finalmente, su voz baja, pero firme—. Has estado pasando por muchas cosas últimamente. Los omegas son sensibles, sus instintos pueden jugarles malas pasadas.

Sergio bufó con incredulidad, dando un paso más cerca de la cama.

—No me tomes por un idiota, Carlos. Sé exactamente lo que sentí, y tú lo sabes también. ¿Por qué lo escondes? ¿Por qué finges ser algo que no eres?

Carlos entrecerró los ojos, inclinándose ligeramente hacia adelante, su expresión endureciéndose.

—¿Y qué? ¿Qué cambiaría si fuese un alfa, Sergio? —preguntó, su tono ahora más directo—. ¿Crees que eso explica algo? No tienes derecho a cuestionarme de esta forma.

El omega retrocedió, pero solo para recuperar algo de control sobre su respiración.

—¿Por qué te importa tanto ocultarlo? —insistió, sus ojos brillando de frustración—. Desde que llegaste, has estado actuando extraño. Siempre estás cerca, siempre estás mirando. Y ahora esto... ¿Qué quieres de mí?

Carlos se levantó de la cama en un movimiento brusco, su altura y presencia imponiéndose inmediatamente.

—No quiero nada de ti —dijo, aunque su voz traicionaba un leve temblor—. Estoy aquí para hacer mi trabajo, nada más.

—¿Tu trabajo? —Sergio soltó una risa amarga, sus pecas resaltando aún más por el enrojecimiento de sus mejillas—. ¿Y cuál es ese trabajo? ¿Husmear cerca de mi habitación? ¿Espiarme cada vez que tienes la oportunidad?

Carlos apretó los puños, sintiendo cómo el control que tanto le costaba mantener se desmoronaba poco a poco.

—No tienes idea de lo que estás diciendo, Sergio.

—¿No? —replicó el omega, ahora casi temblando de ira—. Entonces explícame, Carlos. Dime por qué un supuesto beta tiene un olor tan... tan fuerte, tan...

Se detuvo, mordiéndose el labio al darse cuenta de lo mucho que estaba revelando. Carlos lo observó en silencio, notando la forma en que las palabras parecían atascarse en su garganta.

—¿Tan qué? —preguntó en un tono bajo, acercándose un paso más—. Dilo, Sergio. ¿Tan qué?

El omega apretó los labios, sus ojos ahora evitando los del español.

—Tan embriagador —admitió finalmente, su voz apenas un susurro—. Es como si... como si no pudiera pensar con claridad cuando estás cerca.

Carlos sintió cómo esas palabras lo golpeaban directamente en el pecho, encendiendo un conflicto interno que lo tenía al borde de perder el control. Dio un paso más hacia Sergio, reduciendo la distancia entre ambos.

—No soy quien crees que soy, Sergio —dijo con una voz grave, casi en un susurro—. Y te lo advierto ahora: dejar esto atrás sería lo más sensato que podrías hacer.

Sergio alzó la vista, encontrándose con los ojos oscuros del español.

—No puedo ignorarlo, Carlos. No después de esto.

El español cerró los ojos por un momento, soltando un suspiro pesado, antes de abrirlos de nuevo.

—Entonces estarás jugando con fuego, y no sé si estás listo para quemarte.

Le susurró cerca de su oído, empujándolo hasta fuera de su habitación y cerrándole la puerta en toda su cara. Se regresó a su cama, como si nada de lo que acababa de hacer hubiese ocurrido.

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Hola, chicos. En estos días estaré ocupada porque estoy salvando el semestre ya que mi relación no se pudo :{

Perdón que el capítulo sea breve

— Rosie 🌷

"Pecas Maleducadas."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora