—Supremo Kaiosama... —murmuró Mizu.
—Soy el...
—El Dios de la creación —interrmpió Mizu.
Shin agrandó la mirada con asombro al ver que ella conocía sobre su cargo, pero no hizo preguntas, ya que Mizu arrugó el entrecejo a mirar su brazo. Seguramente tenía algún hueso roto.
—Ven conmigo a mi templo. Puedo ayudarte —le dijo Shin.
Mizu lo miró confundida y luego agachó la mirada
—¿Quién sería digno de entrar en el templo que habita? —dijo, más bien recitó Mizu.
Cada palabra que Mizu decía dejaban más confundido al pobre Shin que solo intentaba ayudarla.
—Está anocheciendo y hace frío —dijo Shin—. No deberíamos quedarnos aquí.
Le extendió la mano para ayudarla a ponerse de pie. Ella lo aceptó y con un poco de esfuerzo se puso de pie. En cuanto lo hizo, Shin se teletransportó a su templo.
Las blancas paredes bañadas por una tenue y cálida luz amarilla rodearon a Shin y Mizu. Estaban en el interior del templo.
Mizu llevó su mano a su frente, justo donde tenía el golpe. La teletransportación la mareó.
—Puedes sentarte —le dijo Shin con amabilidad—. Yo regresaré en un momento.
Mizu le hizo caso porque de verdad se sentía mal. Cada parte de su cuerpo dolía. En esa habitación que parecía ser una sala, solo había una mesa baja rodeada por grandes cojines rojos.
La cabeza le daba vueltas. No recordaba como había terminado así.
Shin regresó unos minutos después con una bandeja con té.
—Te servirá de ayuda para calmarte —le dijo Shin.
Mizu tomó la taza entre sus manos. Hilos delgados de humo subían desde la bebida verdosa, mismos qurvse quedó mirando un momento sin probarla.
—Usted me trajo a aquí —dijo Mizu más como una afirmación al mirar a Shin.
—Así es. Estabas malherida e inconsciente en el planeta Nabattak —le dijo Shin—. ¿Qué hacías ahí si no es tu planeta?
—¿Nabattak? —repitió ella—. No lo sé. No soy de ahí, pero... No recuerdo tampoco de dónde soy. No recuerdo cosas relevantes antes de despertar en su planeta, mi señor.
—Por lo menos no perdiste la cordura como creí, muchacho —la voz del antepasado hizo voltear a Shin.
Mizu dejó caer la taza rompiéndose en pedazos, asustando a Shin quien le había dado la espalda.
Ella miraba a Kibito fijamente con el ceño fruncido, pero eso no fué lo que lo impresionó, sino el tenue y cálido brillo azul celeste que brotaba de su cuerpo.
—¡Esa taza pertenece a mi juego favorito! —exclamó el anciano Ro.
—¿Estás bien? —le preguntó Shin al verla.
Mizu se levantó como un caballo recién nacido; torpe y brusca.
—Ellos son Kibito y mi antepasado Ro —le dijo Shin—. No van a hacerte daño. Viven conmigo, aquí.
Mizu miró a Shin y suavizó su mirada con algo de confusión.
Se había equivocado, algo en las facciones faciales de Kibito le habían traído un recuerdo no muy grato. Sentía que debía estar en alerta.
—Antepasado, Kibito, ella es Mizu —les dijo Shin—. La joven de la que les hablé.
Mizu ni dijo nada.

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Digno
FanfictionEra menospreciando por todo el mundo. Ni siquiera los mortales lo respetaban, pero ella llegó a cambiar eso.