Prólogo

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 Prólogo

El chirrido de las viejas y oxidadas bisagras acompañó el movimiento del portón que se abría. La vieja y gruesa madera mostró tras de si los peldaños de piedra que descendían por un estrecho pasillo hacía la oscuridad más absoluta.

Alumbrando con una antorcha de madera y semiencogido por la poca altura del habitáculo, la figura descendió a una velocidad pausada. Conocía cada rincón del emplazamiento como la palma de su mano y no necesitaba mirar al suelo para poder esquivar los escalones imperfectos que le podrían hacer tropezar. Iba tarareando una canción alegre, mientras acompañaba el ritmo con golpecitos de su mano en los maltrechos y antiquísimos bloques de piedra, que formaban las paredes y el techo con forma de arco sobre su cabeza.

Una vez hubo llegado abajo, y tras abrir una segunda puerta con un manojo de grandes llaves tintineantes, se quitó el largo abrigo negro y lo colgó en una percha junto a la entrada. En camisa de botones y tirantes, fue hasta una vieja mesa de tosca madera, apolillada y decrépita, donde eligió entre una serie de herramientas unas tenazas afiladas de tamaño desmedido. Tras esto, aún entorcha en mano caminó por la sala esquivando los hinchados y putrefactos cadáveres que colgaban clavados de los gachos del techo.

Haciendo zig zag entre ellos, y ayudándose con los brazos para empujar algunos que se interponían en su camino, llegó al final de la estancia. Colocó la antorcha en un candelabro y se sentó en el taburete que estaba justo debajo de él.

Ante si había una persona encadenada a un poste de madera, con esposas en manos y pies. Parecía deslumbrada ante la luz del fuego, desorientada y mal alimentada.

—Bien —dijo la voz de su visitante—, es hora de divertirnos—. Y abriendo las tenazas comenzó a cortar las extremidades de su víctima.

La profanación (Paralizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora