PAU
— ¡Vamos hostia! —grité en cuanto el balón se coló en la portería tras haber rematado con la cabeza en la salida de un córner.
Mis compañeros se abalanzaron sobre mí y fue la mejor sensación que podía sentir sin lugar a dudas. Segundo partido y ya había conseguido marcar un tanto. Pasé de mirar al puto entrenador y disfruté del pequeño momento de felicidad que sintió mi cuerpo al marcar aquel gol. Estábamos por delante, tan solo por un gol, pero bastaba para comenzar a sentir que podíamos ganar el partido, teniéndolo todo a nuestro favor.
Hice una reverencia a la grada, mirándola a ella, intentando que no se notara que le estaba dedicando el gol. Y acto seguido simulé que me estaba poniendo una corona ficticia. Alma sonrió con esa timidez que la caracterizaba cuando no quería ser el centro de atención.
Era el gol de mi vida. Sabía que lo tenía en la cabeza apenas noté cómo el balón venía hacia mí en el aire, casi en cámara lenta, y salté. Todo el estadio pareció quedarse en silencio unos instantes, como si el tiempo se detuviera y todo girara en torno a mí, a esa bola que se dirigió, sin error, directo a la red. Sentí una euforia indescriptible al ver cómo entraba, cómo la portería se llenaba de mi nombre. Era mi gol, ese que cambiaría el partido, el que le daría la ventaja a mi equipo. Había trabajado todo el maldito partido por ese momento. Todo el esfuerzo, el sudor, las horas de entrenamiento, merecieron la pena para callar al puto entrenador. Pensé que Carson, el entrenador, lo vería también. ¿Cómo no iba a verlo? Había puesto el marcador a nuestro favor y había dado todo para conseguirlo.
Pero ni siquiera terminé de saborear el gol cuando lo vi mirándome. Al principio, no pensé en nada, asumí que me estaba felicitando desde lejos. Pero entonces Carson levantó la mano y me hizo el gesto de salir. ¿Qué? ¿Cambiarme a los dos minutos de meter el gol que él mismo me pidió que hiciera? Se lo decía a otro jugador para que me sustituyera, como si todo lo que acababa de hacer no hubiera significado nada. Sentí que algo se rompía dentro de mí. Apreté los puños y la mandíbula, conteniendo las ganas de gritarle.
Salí del campo con la cabeza alta, sin darle el gusto de verme derrotado. A medida que me acercaba al banquillo, sin embargo, la rabia y la frustración bullían en mi pecho. No lo entendí. No había ninguna razón lógica para ese cambio. Pero cuando pasé junto a Carson y vi su mirada de siempre, ese odio casi escondido detrás de una expresión fría y sin emoción, lo entendí. Todo volvía a ser lo mismo. Me quería fuera de su equipo desde que le dejé claro que no estaba interesado en su hija. Ella había intentado meterse en mi vida y yo fui honesto, le dije que no sentía lo mismo, que no quería nada con ella. Pero Carson nunca me perdonó esa decisión. No tenía que ver con mi rendimiento, ni con lo que le daba al equipo, sino con lo que no quise darle a ella.
Cuando llegué al banquillo, mi frustración era un río desbordado. Di una patada furiosa contra el metal, que resonó y llamó la atención de algunos en la tribuna. Me sentí sin mirar a nadie, sintiendo cómo me hervía la sangre.
Maldito Carson. Murmuré para mí, apretando los puños hasta que los nudillos se me pusieron blancos. ¿Qué más podía hacer? Jugaba bien, hacía lo que me pedía, hasta le había dado el gol que nos adelantaba, pero aún así, nada era suficiente. Porque él no me veía como un jugador, sino como un problema.
Lo peor de todo era esa impotencia que se me pegaba a las costillas, esa sensación de que, no importaba cuánto lo intentara, nunca me daría una oportunidad justa. Podía entregarme en cada partido, meter gol tras gol, ser el mejor jugador de la liga, y Carson seguiría buscando una excusa para arruinarme. Me sentí atrapado. Tenía ganas de gritar, de hacerle ver que su odio no iba a derrumbarme, pero las palabras se atacaban en mi garganta.
ESTÁS LEYENDO
Royal ▪︎ PAU CUBARSÍ
FanfictionALMA Creía que lo tenía todo para brillar, que el mundo estaba bajo mis pies y que era capaz de conseguir todo lo que me propusiera. Pero de la noche a la mañana mi vida cambió, le dejé entrar y desde entonces comencé a vivir una condena que acabarí...