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Prólogo: El Génesis

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Acto I: Un mundo invisible

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Acto I: Un mundo invisible

«Pues Él dará órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te guarden en todos tus caminos.»

Salmos, 91:11.

Mis verdaderos enemigos se llamaban Muerte, Destino y Tiempo

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Mis verdaderos enemigos se llamaban Muerte, Destino y Tiempo.

La Muerte era un rival que guardaba secretos. Conocí a personas que creían en una vida eterna tras este final, y otras que no veían nada más allá de su oscuro velo. La Muerte me enseñó la diferencia entre el bien y el mal. Gracias a ella, aprendí que todos podíamos desaparecer.

El Destino. Él era caprichoso, y ejercía un gran papel. Alguien desconocido para mí se encargaba de escribirlo. Jamás supe con certeza si esa tinta era su propia sangre. El Destino me mostró que existían seres opuestos condenados a luchar en una guerra perpetua. Esa sentencia volvía imposible borrar las palabras que guiaban nuestras vidas porque, a veces, ni siquiera la paz era suficiente.

El Tiempo fue un gran adversario que no pude enfrentar yo sola. Sin duda, se convirtió en el enemigo más peligroso de todos. Decían que el Tiempo lo curaba todo, pero esa frase se ha transformado en una de las mayores mentiras que he oído. Él ha sido el causante de mi dolor. La herida más grande se formó cuando descubrí quien soy. No sabía que llegar a los dieciocho años iniciaría una cuenta atrás.

Fui capaz de entregarme a estos tres rivales por las personas a las que amaba. Permití que ángeles y demonios se turnaran para ponerme a prueba. Contemplé a esos enemigos que no tenían cara, pero sí un nombre. Juré proteger a mi familia, y prometí a todos sus asesinos que rompería sus planes a través de mi propia justicia.

Mi nombre es Elia Dankworth, y aunque te relate esta historia, no significa que al final de ella termine viva. Espero que valores mis palabras pues podrían ser las últimas.

 Espero que valores mis palabras pues podrían ser las últimas

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El último solsticioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora